Jaime Septién
La historia, el relato fiel de los acontecimientos que han ido conformando la identidad de un pueblo, se ha convertido en un arma arrojadiza en contra de los “enemigos” de quien tiene, en ese momento, la “versión oficial de los hechos”.
Con la conmemoración de los 500 años de la caída de México-Tenochtitlán, se ha vuelto a desatar una polémica bastante inútil sobre quién tiene la culpa y sobre quién debe pedir perdón por sucesos que pasaron hace medio milenio.
Juzgar con criterios actuales actos y personajes del pasado es, a mi juicio, algo tan perverso como confundir la aurora con el ocaso.
No se trata de mirar para otro lado ni desentendernos de lo que fue el encuentro de dos culturas aquel mes de agosto de 1521: se trata de encontrar una visión que de esperanza a una nación cuyas heridas permanecen abiertas. Desde luego, la ideología no las va a cerrar. Al contrario: las va ampliar.
Tengo para mí –y no solo como creyente—que el acontecimiento guadalupano, bien leído, bien asimilado y genuinamente proyectado a la realidad actual (nos restan diez años para ese otro, trascendental, quinto centenario) nos podría dar el verdadero camino de la reconciliación y la paz con justicia que reclama México.
Solamente hay que escuchar a María de Guadalupe. Escucharla en serio. Subir a la cima con ella, y como Juan Diego, bajar a construir su casa en todo el territorio mexicano.
Jaime Septién es periodista y director del periódico católico ‘El Observador de la actualidad’.
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