¡Vamos a la Iglesia! decimos comúnmente cuando en realidad estamos pensando en el templo. En ese lugar de reunión para celebrar juntos la Eucaristía, asistir a un Bautismo o para “tomar” una plática en sus salones, entre otras tantas actividades.
Les comparto que el domingo pasado asistí a la toma de posesión de una parroquia que ¡no tiene templo! A causa de incendios y temblores, los recintos de celebración se encuentran cerrados y para lo cual se han habilitado espacios para facilitar las celebraciones, ahora el templo pasa a un lugar secundario y toma el lugar principal lo esencial: la comunidad.
La Iglesia es la comunidad de bautizados que viven y experimentan la presencia del Señor en las personas y realidades de la ciudad.
La Iglesia es un andar juntos en este “valle de lágrimas” y en esta tierra donde mana la leche y la miel. En los peseros con sus compases reguetoneros, en las afueras de los hospitales donde se aguardan noticias, en la fila de las tortillas, en las pantallas de los celulares, en las mesas familiares, en todas y en cada una de las situaciones que vivimos.
Dice Francisco que “darle prioridad al tiempo es ocuparse en iniciar procesos más que de poseer espacios”*, por lo anterior, el párroco de esa comunidad ¿a qué va a darle prioridad? Siempre será más fácil dedicarse a la eterna construcción del templo frente a constituirse como Iglesia en salida, como un hospital de campaña. Esto último implica arriesgarse al encuentro, a salir de la comodidad. Hay una razón de mucho peso y en ella gira el ministerio sacerdotal: la comunidad.
Que el Emmanuel se manifieste, ahora y siempre, en cada uno de nosotros para hacer Iglesia.
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