Columna invitada

Gonzalo de Tapia, misionero y mártir que hablaba seis lenguas indígenas

En 1695, el jesuita Eusebio Francisco Kino escribió del también jesuita Gonzalo de Tapia, asesinado en 1594 en Tevorapa, Sinaloa:

“El padre Gonzalo de Tapia, natural de la ciudad de León, de Castilla, fue eminente en la cátedra de teología, de filosofía y púlpito; pero todo lo pospuso a las   nuevas apostólicas misiones. Fue insigne misionero en la nación Tarasca, y después, en los Caribes Chichimecas.  Supo además de las lenguas Tarasca, Caribe y Mexicana, otras tres lenguas de Sinaloa; donde después de cuatro   años de apostólicos trabajos, junto a la Villa, murió de un macanazo y de unos hachazos y palos que les dieron, junto a una Santa Cruz, el bárbaro Nacabeba y sus secuaces, el 11 de julio de 1594, de 33 años de edad, consiguiendo, en breve, con su santo martirio, lo que otros en muchos años de presidios, etc., no habían podido conseguir: la panificación de Sinaloa”.[1]       

De Tapia nace en 1561 y en 1576, a los 16 años, entra a la Compañía de Jesús en el histórico noviciado de Villagarcía. En 1584, cuando estudia el segundo de teología, tiene entonces 23 años, es enviado a la Nueva España.

Se ordena sacerdote en 1585 en Pátzcuaro. Michoacán. Aquí realiza su primer trabajo misional y aprende el tarasco y el otomí. Misiona también en Zacatecas donde atiende a tarascos que trabajan en las minas.

Alguien que lo conoció cuando estudiaba teología la describe como: “Era pequeño de cuerpo, barba poblada, corto de vis­ta, ingenio vivo, de inagotables recursos, memoria fenomenal, atrevimiento de conquistador, celo ardiente y abnegación a toda prueba”.

El rector del Colegio de Valladolid (Morelia), cuando de Tapia está en cuarto de teología, que en ese entonces tenía 25 años, envía el siguiente informe al provincial:

 “Tiene gran habilidad no ordinaria, buen juicio y pru­dencia delicada en todas las materias. Tiene poca experiencia debido a su juventud. Es observante en todos los negocios co­munes y los maneja bien. Está adelantado en letras, tanto en artes como en teología y podría enseñar cualquiera de estos ramos. Es de natural algo reposado y algo propenso a la melan­colía aunque no de modo notable. Es afable y muy bondadoso. Tiene excelente talento para predicar; enseñar o gobernar, y para cualquier ministerio de la compañía. Tiene facilidad para aprender las lenguas indígenas y fuerte inclinación para vivir con los indios. Da esperanzas de conocer pronto la lengua de otra provincia (otomí) que ya empezó a estudiar”.

En 1589 funda en San Luis de la Paz, Guanajuato, la primera misión permanente de los jesuitas en la Nueva España. En 1590, el gobernador de Nueva Vizcaya solicita al virrey y, éste al provincial de los jesuitas, que le envíe misioneros. Designa a los padres Martín Pérez y Gonzalo de Tapia. En Durango misiona algunos meses entre los tepehuanes.

Pasan, entonces, a Sinaloa a fundar las primeras mi­siones a cargo de los jesuitas en 1590. Aquí aprende el tehueco, el guasave y el acaxe. Queda a cargo, entre otros lugares, de Barboria, Tevorapa, Lopoche, Matapán y Ocoroiri. En 1593, el provincial destina a otros dos jesuitas, para el trabajo en esa región, a los padres Alonso de Santiago y Juan Bautista de Ve­lasco.

Ellos son los que fincan las bases del trabajo misional de los jesuitas en Sinaloa que continuaron hasta que el rey decide su expulsión de todos los reinos de la corona española en 1767. Ahí estuvieron 175 años. Fundaron reducciones (poblaciones) donde se asentaron indígenas que antes eran seminómadas, para dedicarse a la agricultura y la ganadería.

En todo el mundo un elemento central de la estrategia misional de los jesuitas, que incluía la religión, la economía, la organización social y la cultura, fue aprender las lenguas de las comunidades con las que trabajaban. De Tapia es un claro ejemplo de los que se conocían como jesuitas-lenguas. Hablaba seis lenguas indígenas con fluidez. En vida publicó un catecismo en lengua acaxe.

Hubo indígenas que se opusieron al trabajo de los misioneros en Sinaloa. Uno de ellos de nombre Nacabeba. El 11 de julio de 1594, el padre de Tapia celebró misa en Tevo­rapa y cuando ya estaba en su choza, Nacabea se presentó, acompañado de otros dos indígenas, para asesinarlo. Con una macana le rompen el cráneo, luego lo degollan y cortan el brazo izquierdo. El cadáver lo recogen vecinos de San Felipe, donde el jesuita Juan Bautista de Velasco celebra los ritos funerarios.

El padre Gonzalo de Tapia cuando es asesinado tenía 33 años. Diez los pasó en la Nueva España y de ellos cuatro en Sina­loa. Es el primer jesuita que muere en estas circunstancias en lo que después será México. Desde un principio los suyos, pero también la iglesia novohispana, lo consideraron como mártir.

[1] Kino, Eusebio Francisco,  Vida del Padre Francisco Javier Saeta, S.J. Sangre misionera en Sonora, Instituto Sonorense de Cultura, Hermosillo, Sonora, 2001.

 

Twitter: @RubenAguilar

Rubén Aguilar Valenzuela es profesor universitario y analista político.

 

Puedes leer: El asesinato del jesuita Francisco Javier Saeta

 

 

Rubén Aguilar

Rubén Aguilar Valenzuela es profesor universitario y analista político.

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