Una bella devoción a Jesús Niño, pasado el tiempo de Navidad, es vestirlo y llevarlo a bendecir a la iglesia, acompañándonos de la oración en familia.
Este Niño que se nos ha dado, Dios y Hombre verdadero, Él es el Mesías prometido e Hijo de Dios nacido en Belén, luz que ilumina y salva a todos aquellos que venimos a este mundo; quien entregando su vida por la humanidad en una cruz, realiza el acto supremo de su amor, dar la vida por sus amigos y así redimirnos.
En estos días hemos visto que algunos comerciantes promueven el vestido del llamado “Niño Dios Covid”. En este sentido debemos entender claramente que el Niño Dios y su vestido no es, ni debe ser, un signo de buena suerte, de magia, menos de superstición; no depende de cómo lo vistamos para que evitemos los contagios.
Debemos hacer “un ritual” de auténtica fe, expresión de nuestro amor y confianza en el Dios que nos salva. Las estadísticas del INEGI nos muestra que en porcentaje somos cada vez menos los católicos, ¿será acaso que muchos se alejan de Dios, porque nos hemos alejado del Dios verdadero, recurriendo a adivinaciones y chantajes? ¿Queriendo manipularlo y no comprometernos con Él y los hermanos? ¿Hemos dejado de lado la fe y nos hemos refugiando en rituales paganos, que nos alejan de la verdad y de la vida? ¿Acaso nos hemos quedado en la imagen, olvidándonos y alejándonos del verdadero Dios por quien se vive?
La devoción de vestirlo, e incluso conseguir padrinos, tan bellamente arraigado en nuestra Iglesia, debe ir acompañada de un verdadero sentido de fe, que exprese y enseñe al contemplar su imagen, del inmenso amor que nos tiene.
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Al hacerse hombre y asumir nuestra humanidad es para rescatarnos de la miseria de la muerte, al darnos vida; nos enseña que el camino a la grandeza de su obra redentora surge desde el mismo hombre que creó para darnos el Reino, uno como nosotros: no se aferró a su condición divina de Hijo de Dios, sino que al hacerse hombre, ser igual a su creatura en todo, menos en el pecado. La imagen nos acerca de lo visible a lo invisible, de lo contingente a lo eterno.
Vestir en este día la imagen del Niño Jesús, sin importar el valor material de la imagen ni de sus vestiduras hechas por las manos del hombre, nos lleva a contemplar el misterio de amor y expresar con orgullo cuánto le amamos y agradecemos su caminar en nuestra historia de salvación.
Cuando lo contemplamos en el pesebre “desnudito” decimos que tiene frío y queremos vestirle y abrigarle; como cuando vemos a alguien que queremos mucho con ropa viejita y dañada, le compramos algo bonito y agradable para que se cobije y no pase frío.
Las obras de misericordia nos piden vestir al desnudo; nuestra bella costumbre, cuando una mujer da a luz, le regalamos ropita para el bebé, para el recién nacido. La ternura al ver a cualquier niño nos lleva a darle cobijo; si ese Niño representa a Jesús, con mayor razón queremos mostrarle nuestro amor vistiéndole y presumiéndole, pues sabemos quién es, qué ha hecho por nosotros y lo que sigue haciendo hoy.
La Navidad pasada la celebramos aún marcada por la pandemia de Covid-19, no pudimos celebrarla como nos gustaría con la familia y con bombo y platillo, pero… no faltó nuestro Nacimiento, el arrullo en familia, el volver la mirada a la imagen y confiar que ese Jesús Niño, nos sigue diciendo ‘aquí estoy, llenándolos de mi amor’; con la ternura de su rostro, pues un niño siempre es signo de esperanza y de alegría. Por su amor y su Buena Nueva, la Navidad la celebramos y seguimos adelante, llenos de confianza, celebrando la fiesta de su Presentación al templo, Jesús es la luz que ilumina a todas las naciones.
Al entronizarlo en nuestro hogar, en un lugar visible, vestido bellamente, que su imagen bendita sea un llamado al amor al prójimo, a cuidar y consolar al enfermo. Señor, aléjanos de la superstición y sostennos en la fe que nos ha sido revelada, que nos recuerde siempre su presencia misericordiosa y salvadora: “Yo estaré con ustedes todos los días de su vida”.
Señor, bendice y santifica nuestros hogares, enséñanos a caminar a la luz de tu verdad; ayúdanos a vencer las tentaciones comodinas del maligno y cuídanos de todo mal; guíanos a la verdad que nos hace libres, aléjanos del engaño y la mentira; ayúdanos a discernir el bien del mal, para que seamos verdaderos discípulos y testigos de tu Reino. Amén.
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