Columna invitada

El Desarrollo Humano Integral como aporte de la Iglesia

El Desarrollo Humano Integral (DHI) articula la reflexión y la acción desde la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en el combate a la pobreza. El término apareció por primera vez en Gaudium et Spes como un principio ético de partida para valorar los problemas socioeconómicos. A partir de entonces, el concepto se desarrolló en dos ejes: la integralidad que vela por el ser humano en su totalidad y plenitud, considerando todas sus dimensiones; y la solidaridad, es decir, la plena conciencia del vínculo de interdependencia entre todos los seres humanos en reconocimiento y encuentro mutuo como hermanos y hermanas.

En este sentido, Juan Pablo II partió de la crítica a las visiones económicas del desarrollo que le consideran una mera acumulación de bienes. También, bajo la definición de la solidaridad como “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”, relacionó el DHI con los derechos humanos, señalándolos como el camino para el verdadero desarrollo. (Sollicitudo rei socialis, 33-34) Por su parte, Benedicto XVI en Caritas in veritate enriqueció la discusión con su enfoque teológico, particularmente con la incorporación de la lógica del don y la insistencia en la relacionalidad. Finalmente, Francisco, sobre la base de los antecedentes presentados en Centessimus annus y Caritas in veritate, amplió el concepto a la creación entera con la propuesta de la ecología integral.

Al igual que sus antecesores, el papa Francisco desafía los discursos de poder sobre el desarrollo. Primero, al cuestionar la división y clasificación de los países según su grado de desarrollo. Segundo, al negarse a entender el desarrollo, única y exclusivamente, en términos de crecimiento económico, llamando incluso a un cierto decrecimiento. (Laudato Si´, 193)

Así, históricamente el magisterio social ha cuidado de entrelazar al DHI con los diferentes principios de la DSI. Particularmente, la salvaguarda de la dignidad de la persona humana constituye su pilar y objetivo, de la cual deriva la consecución del bien común, cuya principal implicación es la defensa del principio del destino universal de los bienes en solidaridad, subsidiariedad y participación. Además, en este contexto se entiende por qué la pobreza resulta escandalosa para el cristiano, pues por condiciones y estructuras injustas, priva a las personas de los bienes más elementales para su subsistencia, atentando contra su dignidad, obstruyendo el logro más pleno de su propia perfección, pero principalmente porque impide el acceso a los bienes que el Señor dispuso para todas y todos “sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno.” (CDSI, 171)

Escrito por: David Vilchis, coordinador se Investigación en IMDOSOC

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

 

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