Hoy mi hijo fue dado de alta después de dos semanas de aislamiento en las que logró vencer en la batalla contra el coronavirus.

Al ver el video en que su hija esperaba impaciente que se abriera la puerta que le permitiría abrazarlo de nuevo, el corazón se llena de alegría y gratitud con Dios, que ha visto a esta familia con ojos de misericordia.

“¿Cómo agradeceré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Sin duda, Ale tiene todavía una misión que cumplir en la tierra, y Dios le concedió salir adelante de esta terrible enfermedad, pero la felicidad que nos produce la noticia de su recuperación paradójicamente nos acerca también al dolor de tantas personas que están viviendo esa lucha y de tantas otras que no lograron vencer al virus.

¿Cuántas caritas ansiosas no verán abrirse la puerta que les devuelva la presencia de su papá o su mamá? ¿cuántos hogares han quedado heridos e irremediablemente quebrantados por una pandemia que pareciera no tener fin?

Otros artículos de la autora: La legalización de la marihuana y el México que soñamos

Las cifras diarias del número de contagios y fallecimientos por el coronavirus es verdaderamente escalofriante, cada número representa a una persona insustituible, una vida irremplazable y una familia herida que sufre los estragos de la enfermedad o de la muerte.

Muchas de las víctimas de la pandemia no han tenido ninguna oportunidad porque carecen de los recursos económicos, de la información y orientación adecuada y de los servicios de seguridad social.

El dolor adquiere un sentido cuando nos ayuda a ser mejores personas, más sensibles con las necesidades del prójimo y más dispuestas a acompañar a quienes sufren por el camino que ya hemos andado.

Ya el Papa Francisco nos insiste en Fratelli Tutti  que “estamos todos en la misma barca”, y se requiere una actitud global más fraterna para enfrentar nuestros problemas ya que “el individualismo radical es el virus más difícil de vencer”.

No obstante la poca sensibilidad del gobierno y de las políticas fallidas para la contención de la pandemia, como cristianos tenemos mucho que responder y dar:

La responsabilidad personal de los cuidados necesarios para no contagiarnos, pero sobre todo para no contagiar, son una obligación moral que se traduce en que permanezcan muchos padres con sus hijos y a muchos abuelos con sus nietos.

El acompañamiento (aunque sea a distancia) de los más frágiles y los más necesitados, procurando ayudarles en sus necesidades.

La solidaridad con los trabajadores de salud, con los enfermos y con sus familias para que se sientan acompañados en los momentos amargos.

La oración a la Madre que sufre con nosotros, y al Padre siempre dispuesto a escucharnos, pero respeta nuestra libertad.

El Papa ha afirmado que “de una crisis no se sale igual, salimos mejores o peores”, y la decisión está en nuestro corazón que no puede permanecer insensible ante lo que estamos viviendo. Quizá con nuestro actuar responsable logremos que más caritas como hoy  las de mis nietas, se iluminen al volver a ver a su ser querido.

Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia  y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.

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Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

Consuelo Mendoza García

Consuelo Mendoza es conferencista y la presidenta de la Alianza Iberoamericana de la Familia. Es la primera mujer que ha presidido la Unión Nacional de Padres de Familia, a nivel estatal en Jalisco (2001 – 2008) y después a nivel nacional (2009 – 2017). Estudió la licenciatura en Derecho en la UNAM, licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto de Enlaces Educativos, maestría de Ciencias de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela España y maestría en Neurocognición y Aprendizaje en el Instituto de Enlaces Educativos.

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