Les confieso que me resistía a ver la película. La historia de Elvis era un tema que se hablaba en cada 16 de agosto, la verdad no se me antojaba. Finalmente, fuimos a ver la película con la abuela, quien vivió su adolescencia y juventud con sus rolas. Esas canciones que escuché de niño innumerables veces, con las cuales mis papás bailaron y cantaron.
Algo que me llamó mucho la atención fue el inicio de la película que pone el contexto para comprender la historia de su vida: el barrio donde llega con su mamá después de que meten al bote a su papá.
Cuando hablamos de barrio, no se reduce a un ámbito físico, a un código postal, sino a una cultura determinada, a ciertos valores peculiares de hablar, de celebrar la vida, de festejar, de creer, de pertenecer.
La película “Elvis” refleja que aquel niño formaba parte de una palomilla de chamacos que andaban en el barrio buscando aventuras, en una realidad marcada por el blues, el gospel y la iglesia pentecostal con su singular forma de manifestar la fe en las asambleas.
Todo lo que escuchó, miró y vivió en esa época, dejaron un surco por donde brotaría la inspiración para construir su personalidad que daría paso al fenómeno musical que marcaría a varias generaciones de jóvenes.
Sin duda alguna, la visión de la vida que se forjó en la fe fue una piedra de toque que lo sostuvo.
Infancia es destino, dicen. La cultura que tenemos como familia, lo que se vive en el edificio, en la cuadra, lo que vemos en las pantallas, lo que escuchamos en el radio, lo que comemos, la forma de tratar a los demás, nuestra forma de expresarnos y de mirar la vida es un mosaico de piezas que van conformando la mirada y la acción de nuestros hijos. ¿estamos conscientes de ello?
El papa Francisco nos recuera el proverbio africano de “para educar a un niño es necesaria toda una aldea”, y todos aportamos, todo suma, todo se potencia, para bien y para mal.
¿Qué marcó nuestra infancia? ¿qué tanto influye hoy en nuestras vidas? Pongamos en manos de Dios esos recuerdos y la realidad presente para agradecer lo que en su momento recibimos en aquellos tiempos, perdonarnos y perdonar a quienes nos hicieron algo y saborear todo aquello que nos hizo felices y que hoy es un tesoro que llevamos en lo profundo de la mente y anima el corazón. Y si “te hace falta barrio” aún es tiempo de caminar por la vida.
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