Un fiel toma una fotografía de la imagen de la Virgen de Guadalupe. Foto: Gustavo Rojas
Desde hace tiempo se anuncia una “primavera” de la Iglesia. Pero no llega. O cuando menos, no se alcanza a ver en el horizonte. Hoy, la Iglesia parece ser un raro objeto arqueológico para los jóvenes. Y su lenguaje una misteriosa reminiscencia de los años del caldo. Lo mismo pasa con el concepto de familia. Queda lejos de un ideal de “libertad” asociado a los lenguajes de la televisión, el smartphone, Internet y redes sociales.
No hemos sabido responder a la exigencia de una nueva comunicación que transforme los lenguajes de los medios e introduzca la piedad, el sacrificio, la misericordia como anhelos del corazón humano. No hemos sabido comunicar la Cruz.
Escuchemos un fragmento del poderoso poema de T. S. Eliot, Coros de “La Piedra”:
“…Pero el hombre que es seguirá como una sombra
El hombre que finge ser.
Y el Hijo de Hombre no fue crucificado de una vez para todas,
La sangre de los mártires no fue derramada de una vez por todas:
Pero el hijo de Hombre está siempre crucificado
Y habrá Mártires y Santos.
Y si la sangre de Mártires ha de correr por lo escalones
Primero debemos edificar los escalones;
Y si ha de ser derribado el Templo
Primero tenemos que edificar el Templo…”
Edificar el Templo hoy es transformar el lenguaje de los medios para que los que tienen sed de amistad encuentren en la familia, en la Iglesia, su “hogar”. Y ese hogar no puede ser la caverna electrónica, tampoco la identidad falsa de las redes, sino el amor de Cristo.
Jaime Septién es periodista y director del periódico católico ‘El Observador de la actualidad’.
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