*Dedicado a mis hermanos sacerdotes que por alguna razón decidieron no continuar con su ministerio presbiteral.

Señor mío Jesucristo,
a ti vengo esta mañana.
Soy un pobre sacerdote,
sin licencia ni sotana.

Quiero orar, quiero llorar,
aquí cerca del Sagrario
como lo hacía antes
en mi amado seminario.

Ya pasaron muchos años
y aún recuerdo la mañana
en que a mí y a otros jóvenes
nos vistieron la sotana.

Y empecé mi nueva vida
como buen seminarista
entre muchos compañeros
simpáticos y bromistas.

Yo era ímpetu, era fuego,
era joven de buen porte,
aplicado en los estudios,
y muy diestro en el deporte.

Y recuerdo nuestras fiestas,
las alegres serenatas,
nuestras bellas excursiones
y las arduas caminatas.

Cuando intrépidos subíamos,
a las cumbres de los montes
y extasiados contemplábamos,
infinitos horizontes.

Y llegó por fin el día
de mi santa ordenación;
fervoroso, emocionado
recibí la Santa Unción.

Y con santa devoción
consagré el Pan y el Vino,
y te tuve entre mis manos
adorable, Dios divino.

Y desde su altar la Virgen
amorosa, sonreía,
y alegró con su presencia
mi primera Eucaristía.

Después vino el canta-misa
y el devoto “besamanos”;
se acercaron a besarlas
mis papás y mis paisanos.

Y empecé con gran fervor
a vivir el gran misterio
ejerciendo entre las almas
mi sagrado ministerio.

Alentaba y derretía
los más duros corazones
con la gracia de tu gracia
y mis férvidos sermones.

Luego en mi confesionario
pronunciaba el “Ego te absolvo”
entre humilde y confuso
¡yo que soy ceniza y polvo!

Con fervor me preparaba
cada día mi Santa Misa,
y te tenía en mis manos
¡yo que soy polvo y ceniza!

Pero un día, Señor mío,
te confieso la verdad:
comencé a sentirme solo,
me pesó la soledad.

Y fue más débil que Ignacio,
y más débil que Agustín,
mucho más que Pedro y Pablo,
de ellos todos, yo fui el más ruin.

Pasó el tiempo, y un día
mi sotana la colgué
y de allí al poco tiempo
Jesús mío, me casé.

Me hacía falta compañía,
me hacía falta a quién querer,
me hacía falta un amor,
el calor de una mujer.

Muchos clérigos y laicos
con “discreta caridad”
me quitaron poco a poco
su afecto y su amistad.

Para unos yo era un loco,
un indigno sacerdote.
Para otros un traidor
y hasta un “Judas Iscariote”.

Hoy, Señor, me ganó el pan
trabajando con esmero.
Mi trabajo es muy humilde,
como tú, soy carpintero.

Y ya que te dado cuenta,
de mi vida paso a paso,
ahora espero humildemente,
tu clemencia o tu rechazo.

Jesús responde a su sacerdote:

Yo jamás he rechazado
a un hermano o algún amigo;
tú estás conmigo siempre,
y yo siempre estoy contigo.

Sea bendito, hermano mío,
sea bendito tu taller,
que bendito sean tus hijos
y bendita tu mujer.

Algún día volverás
a ejercer tu ministerio;
no importa que estés casado;
mis caminos nadie los conoce
mis caminos son un misterio.

*El P. Rafael Esquivel Alférez es sacerdote de la Arquidiócesis Primada de México.

Otros poemas del autor: ¡Oh tempora, oh mores!

 

Los artículos de opinión no representan necesariamente el punto de vista de Desde la fe.

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Pbro. Rafael Esquivel Alférez

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