En octubre de 2001 pasé un mes en Roma, cubriendo para El Observador y otros medios mexicanos el Sínodo de los Obispos. Acompañamos, mi esposa Maité y mis tres hijos, al obispo de Querétaro don Mario de Gasperín.
El 4 de octubre por la mañana, el papa Juan Pablo II recibió a George Bush padre. Acababa de regresar de un viaje apostólico por Armenia. Bush tenía una misión muy clara: obtener del pontífice la anuencia de lo que iba a venir muy pronto. No lo consiguió.
No consiguió que Juan Pablo II se inclinara por una guerra más. Había dicho en Armenia: “¡No se puede invocar el nombre de Dios para hacer la guerra!”, en referencia el terrorismo de Al-Qaeda. Y a otras formas de violencia.
El domingo 7 comenzó el bombardeo sobre Afganistán. Vi muy apesadumbrado al Papa. Su salud ya estaba minada. Pero el gesto como rechazó inclinarse a favor de una conflagración, por más que se anunciara “justa” fue de un valor inconcebible: las ruinas de las Torres Gemelas todavía humeaban; la “guerra contra el terrorismo” que anunciaba Bush hijo tenía más de 3,000 muertos como causa…
Veinte años después, el 31 de agosto de 2021, la guerra más larga de la historia de Estados Unidos concluyó. Miles de vidas se perdieron. El terror sigue.
Las palabras de San Juan Pablo II vuelven a resonar: nunca la guerra puede ser llamada justa. La justicia solo es posible en la paz.
Jaime Septién es periodista y director del periódico católico ‘El Observador de la actualidad’.
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