Estábamos tan ocupados en comprender los retos y adaptarnos a los requerimientos y necesidades de este cambio de época,  ocupados con las redes sociales, con el consumismo, con las ideologías, con la tecnología, con la denuncia, con la educación, con la política y los políticos, con la izquierda y la derecha; en un activismo constante, o dejándonos llevar por las circunstancias y el momento…

Estábamos tan ocupados en lo urgente del día a día, que olvidamos lo verdaderamente importante…

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El COVID-19 llegó silencioso desde tierras muy lejanas, y sin más, ha paralizado todo lo que para las personas parecía ser importante: los países, los gobiernos, las empresas, la educación, la economía. Absolutamente todo está en suspenso porque un virus, en pleno siglo XXI, ha sido capaz de desafiar a la ciencia y detener el mundo.

Ante nuestras limitaciones e impotencia, volvemos a sentir la pequeñez del hombre ante la naturaleza, y la necesidad de Dios, y nuestra vida se reduce -al menos por un tiempo- a la convivencia con quienes siempre debieron ser lo primero y lo más importante: nuestra familia.

Sin menospreciar la gravedad de la situación que estamos viviendo, hoy tenemos la oportunidad de un encuentro personal con Dios, de valorar todos los servicios que hemos gozado por tanto tiempo en nuestras parroquias, como los diferentes horarios para asistir a la celebración de la Eucaristía y la impartición de los Sacramentos.

Hoy con el Vaticano cerrado y sin misas dominicales, mientras pasa la crisis podemos meditar lo que vive la Iglesia perseguida, en aquellos lugares donde ser católico es un delito.

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Tenemos también la oportunidad de vivir una Cuaresma diferente, viendo y uniéndonos a la Pasión de Cristo a través del sufrimiento de los enfermos, sus familias y del personal médico que los atienden.

La Providencia, presente en todos los acontecimientos, nos da la oportunidad de convivir de manera más intensa, consciente y profunda con nuestros seres queridos, haciendo vida de familia, a la que no le dábamos el tiempo necesario o la importancia real. Podemos comer juntos, platicar, convivir, cuidarnos y rezar.

Si la institución familiar ha tenido un gran deterioro por la poca importancia que tanto la sociedad y el gobierno le han dado como célula de la sociedad, el COVID-19, paradójicamente, nos permite iniciar su reconstrucción desde el seno de cada uno de nuestros hogares.

Recordemos que la oración en familia la que mueve el corazón de María, que nos recuerda “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”.

Consuelo Mendoza García

Consuelo Mendoza es conferencista y la presidenta de la Alianza Iberoamericana de la Familia. Es la primera mujer que ha presidido la Unión Nacional de Padres de Familia, a nivel estatal en Jalisco (2001 – 2008) y después a nivel nacional (2009 – 2017). Estudió la licenciatura en Derecho en la UNAM, licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto de Enlaces Educativos, maestría de Ciencias de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela España y maestría en Neurocognición y Aprendizaje en el Instituto de Enlaces Educativos.

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