Existe una pregunta constante en la mente del ser humano ¿Cuál es el sentido de mi vida? Cuánto hemos luchado por hallar la respuesta y cuántas vidas hay que se extinguen sin haberla encontrado. ¿Será acaso que hemos errado en la pregunta?
Tal vez la falla radica en que creemos que el sentido de nuestra vida es algo que debemos de auto – abastecernos, como si fuera algo que se sitúa de forma tangible en este mundo y que estuviera en nuestro control absoluto descubrirlo.
¿No será que la pregunta tendría que ir más enfocada hacia el creador que hacia la creatura y las razones de su existencia?
Tratemos de considerar que antes de que nosotros tuviéramos la capacidad de pensar y cuestionarnos sobre el sentido de nuestra vida, hubo alguien que pensó en nosotros primero, nos amó y nos creó para que pudiéramos amarlo.
La vida de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús y autor de los Ejercicios Espirituales, un método para encontrarse con Dios y desde ahí orientar la propia vida, nos dan testimonio de la forma en que Dios nos invita a convertirnos y a verlo en todas las circunstancias de nuestra existencia.
Basadas en algunas de las frases más significativas de San Ignacio de Loyola, te propongo tres preguntas que podrían ayudarte a profundizar sobre el sentido de tu propia existencia, la forma en que éste obedece a la voluntad de Dios y la misión que Él te encomendó en este mundo.
“El propósito de Dios al crearnos es sacar de nosotros una respuesta de amor y servicio aquí en la tierra, para que podamos alcanzar nuestra meta de felicidad eterna con él en el cielo”.
Cada uno tendrá una misión irrepetible y única, Dios nos creó así, irremplazables y así también nos llenó de dones y carismas únicos, sin embargo, todos compartimos un mismo propósito, el para qué de nuestra vida terrenal es la preparación para la vida eterna, el mapa es el amor, el medio y el fin es Jesucristo, no obstante, cada quién buscará el camino a su manera. Dios no quiere hijos en serie, quiere que luchemos por alcanzar la santidad desde nuestra propia individualidad.
“Vencerse a sí mismo es la mayor victoria que el hombre puede obtener”.
Una de las claves para aprender a discernir y vencer las tentaciones – como San Ignacio de Loyola lo dejo plasmado en sus “Ejercicios Espirituales” – es aprender a conocernos mejor y reconocernos en los momentos de desolación y consolación, aprender a diferenciar la voz del Espíritu de Dios y la voz del enemigo que nos acecha para quitarnos la paz y ganar nuestra alma.
Para encontrar el sentido en medio de los fracasos y tragedias de la vida, será necesario que fortalezcamos nuestro espíritu, de manera que podamos enfrentar la adversidad acompañados de la palabra de Dios, la cual será nuestro consuelo y la mayor arma para trascender nuestras propias dudas y debilidades.
Revisemos cuidadosamente que cada uno de nuestros pensamientos y acciones nos acerquen a Dios. Todo lo que nos impulse para crecer en esperanza, fe y caridad vendrá directamente de Él y nos llenará de paz para vivir conforme a su voluntad y de amor para glorificarlo en cada una de nuestras acciones, tanto en los momentos de luz como en los de obscuridad.
“Ver nuevas todas las cosas en Cristo”. Tendremos los mismos ojos para observar al mundo, pero no lo haremos desde la misma mirada. Nuestra visión jamás podrá ser la misma cuando nos esforzamos por ver a Jesús en cada una de nuestras circunstancias, en nuestro encuentro con los demás, en nuestra voluntad de servicio en correspondencia a los dones y talentos que Dios nos dio.
Asumamos nuestra responsabilidad y libertad por cumplir con la misión que Él planeo para nosotros, pero hagámoslo con la alegría y la confianza de saber que no estamos solos en el camino.
“Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Vos me lo disteis; a vos Señor, lo torno. Disponed a toda vuestra voluntad y dadme amor y gracia, que esto me basta, sin que os pida otra cosa”.
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