‘Como decía mi mamá’, ‘como dice mi papá’, ‘como decía mi finado esposo’, ‘como dice mi mujer’, ‘como decía el político aquel’, ‘como dijeron en la tele”, ‘como dice mi niña’…
Estas y otras frases parecidas suelen ser usadas en las conversaciones de todos los días. A la gente le gusta recordar algo que ha oído y le ha parecido significativo, y procura mencionarlo cuando viene al caso.
Lo malo es que puede suceder que eso que le parece digno de ser recordado y mencionado no sea muy edificante que digamos, sino grosero, o discriminatorio, o deprimente o tonto o incluso falso, y deje a quien lo escuche deseando no haberlo oído.
Para ir a la segura, y poder tener la certeza de que cuando mencionemos lo que alguien dijo y ello sea no sólo interesante, sino sabio, sensato y siembre buena semilla en quien lo escuche, lo mejor es citar a los santos.
La Iglesia nos los propone como ejemplo e intercesión, y solemos pensar que lo de ejemplo se refiere a que hemos de imitar sus virtudes, lo cual desde luego es así, pero también puede referirse a que hemos de conocer y seguir sus enseñanzas y consejos.
En ese sentido, los católicos tenemos un tesoro incalculable esperando a que lo descubramos: más de dos mil años de sabiduría que nos llega intacto en los escritos de santos de toda época y condición: jóvenes o ancianos, pobres o ricos, analfabetas o con doctorado, serios o jocosos, es decir, que todos podemos encontrar uno con el que nos podamos identificar y cuyos textos podamos disfrutar.
Una manera de hacerlo es averiguar, en el Misal mensual o en internet, los santos del día y buscar su biografía (en www.corazones.org/santos). Allí suelen citar sus frases y mencionan sus obras, lo que permite localizarlas en internet. Por lo general es posible conseguirlas de forma gratuita. Su lectura es un deleite espiritual y contienen memorables frases que podemos compartir en nuestras conversaciones cotidianas o en las redes sociales.
Y no tienes que conformarte con citar frases, puedes citar textos más larguitos, por ejemplo, sus oraciones. Para muestra este fragmento que es el final de una bellísima oración de san Buenaventura, a quien celebramos este 16 de julio:
“Oh Jesús:
Que te anhele,
te busque, te halle;
que a Ti vaya
y a Ti llegue;
en Ti piense,
de Ti hable,
y todo lo realice
para alabanza
y gloria de Tu nombre,
con humildad
y discreción,
con amor y deleite,
con facilidad y afecto,
con perseverancia
hasta el fin;
para que seas Tú solo
siempre mi esperanza,
toda mi confianza,
mi riqueza,
mi amor, mi contento,
mi amor, mi reposo,
mi tranquilidad,
mi paz, mi suavidad,
mi aroma, mi dulzura,
mi alimento, mi sustento,
mi refugio, mi auxilio,
mi sapiencia, mi herencia,
mi tesoro, mi posesión,
en el cual esté
siempre enraizada
y fija y firme
e inmutable,
mi mente
y mi corazón. Amén.”
(Fragmento de la oración “Transforma, Dulcísimo Señor”, de san Buenaventura)
Visita la página de Alejandra Sosa: Ediciones 72
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