Millones de personas, entre quienes se cuentan santos, Papas, e incluso creyentes no católicos, han comprobado la extraordinaria riqueza del rezo del Rosario.
Sin embargo, todavía hay quien nunca lo ha rezado o lo rezó alguna vez y lo dejó porque lo encontró aburrido o repetitivo, y no le vio sentido. Ello puede deberse a que lo rezó, como desgraciadamente suele hacerlo mucha gente, sin detenerse a saborearlo, o bien lo rezó con alguien que iba tan de prisa que parecía una carrera por ver quién acababa primero. Pero no hay que dejar que una mala experiencia nos prive de volver a intentarlo. Anímate a rezarlo siguiendo estas cuatro propuestas:
Cuando anuncies cada Misterio, no te arranques sin pausa a rezar el Padrenuestro y las Avemarías. Toma un minuto para traer a tu mente el texto bíblico a que hace referencia. Si no lo recuerdas, léelo en tu Biblia. Decía san Juan Pablo II que el Rosario es ‘compendio del Evangelio’. Deja que la Palabra del Señor, contenida en cada Misterio, quede resonando en tu interior.
Tras leer el texto bíblico del Misterio, dedica un minuto a cerrar los ojos e imaginar lo que describe. Trata de visualizar cada detalle, reflexiona en lo que sucede y deja que el Espíritu Santo te ayude a captar algo que te llame la atención o te conmueva, algo que te hable al corazón porque se relaciona con una experiencia que has vivido, o con algo que estás padeciendo, o que necesitas superar. Por ejemplo, si estás meditando sobre el primer Misterio Gozoso, quizá has estado tristeando y te resulta consolador eso de “alégrate…el Señor está contigo”, o tal vez te sorprende que María haya dicho sí a Dios incondicionalmente.
Dedica un minuto a hablar con Jesús respecto a lo que te llamó la atención del Misterio que meditaste. Retomando el ejemplo anterior, quizá le pides que te ayude a percibir Su presencia en tu vida, para llenarla de alegría; o le pides perdón por las veces en que le has dicho no y te has negado a perdonar o a asistir a alguien que te necesitaba, y le ruegas que te ayude a cumplir Su voluntad como María, con prontitud y alegría.
Toma un minuto para platicar también con María sobre lo que meditaste. Siguiendo el ejemplo, tal vez le pides que ruegue por ti para superar tu tristeza y alegrarte por que el Señor está contigo, o para imitarla en su disponibilidad y humildad.
Al terminar tus diálogos con Jesús y María, reza pausadamente el Padrenuestro, las Avemarías y las jaculatorias que acostumbres incluir entre Misterio y Misterio.
Seguir estas propuestas añade unos veinte minutos al rezo del Rosario, poquito tiempo para un beneficio muy grande: orar con la Biblia, que ilumina tu vida, y profundizar tu relación personal con Jesús y con María.
Ahora que estamos iniciando octubre, mes del Santo Rosario, anímate a rezarlo; de seguro vas a disfrutarlo.
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