Foto: Cathopic.
Jesús nos pide: “Amen a sus enemigos” (Lc 6, 27; Mt 5, 44). Y ¿qué es un enemigo? El diccionario de la Real Academia lo define como: ‘el que se opone a alguien, le tiene mala voluntad, le hace o le desea mal’.
Al leer esta descripción, probablemente mucha gente considere que tiene enemigos. A nivel personal tal vez sea un compañero de escuela, de trabajo; el jefe empeñado en fastidiarla, un pariente pesado que se la pasa criticándola. Y a nivel eclesial, cuando se pertenece a la Iglesia Católica, cuyos miembros son, según estadísticas, los que más sufren persecuciones y asesinatos en todo el mundo, también se tienen enemigos.
¿Qué hacer al respecto? Sólo hay una alternativa, la que pide Jesús: amarlos.
Y tal vez alguien exclame: ‘¿¿¿qué quéeee?, ¿amar yo a ése desgraciado?, ¿a esas malvadas? ¡Im-po-si-ble!’.
Para responder hay que establecer qué se entiende por amar al enemigo. No implica aprobar lo que hace, ni que a uno le caiga bien o sienta bonito al pensar en él; puede suceder incluso que al recordar lo que ha dicho o hecho se le haga a uno el hígado ‘chicharrón’, pero aún así hay que amarle, que no es otra cosa que desear y, en lo posible procurar, su bien.
Y si alguien se pregunta qué significa esto en concreto, cabe plantear a continuación cinco modos de amar a los enemigos:
Es grande la tentación de referirse a los enemigos empleando motes despectivos, difamarlos dando a conocer sus miserias, circular mensajitos ridiculizándolos, pero hay que resistirla, no olvidar que Jesús dijo: “lo que hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicieron.” (ver Mt 25, 40).
Cuando alguien nos cae mal, tendemos a tomar a mal cuanto dice o hace, perdemos la objetividad. Creemos y esparcimos rumores sin confirmar. Hay que darles oportunidad de explicarse. Que nuestro juicio tenga bases firmes.
Viene a la mente el caso de un racista que fue acusado de un delito y llevado a juicio. En el jurado había un afroamericano. El racista pensó: ‘uy, ése seguro me condena’. Pero ¡fue el único que no lo hizo! Y cuando le preguntaron por qué, dijo: ‘es que yo sé lo que se siente ser injustamente acusado’. También nosotros sabemos lo que se siente que nos malinterpreten a propósito para señalarnos y condenarnos. No lo hagamos a los demás.
Es grande la tentación de pagarles con la misma moneda a los que hablan mal de nosotros, nos atacan con violencia, piden tolerancia pero no toleran. Pero Jesús pide bendecir, no maldecir, imitar a nuestro Padre celestial que es bueno con todos (ver Lc 6, 27-35); tratar a los demás como queremos ser tratados (ver Mt 7, 12). Dice san Pablo: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; así se sentirá avergonzado de su odio y lo depondrá. No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien” (Rom 12, 20-21)
Leer: 3 errores que no debemos cometer con los Ángeles
El Papa Benedicto XVI comentó una vez que cuando dizque por respeto o para ‘llevar la fiesta en paz’, se deja al otro en el error, no se le hace un favor. Cuando sea posible, y con toda caridad, hay que invitar a descubrir la verdad. Y aunque en este mundo relativista parece imposible lograrlo, pues cada uno cree tener ‘su’ verdad, hay que recordar que Jesús dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Si amar a los enemigos es hacerles el bien, el mayor bien que podemos hacerles es encaminarlos hacia Él.
Dice el Cardenal Robert Sarah en su extraordinario libro ‘Se hace tarde y anochece’, que ante las crisis, escándalos, ataques y dificultades que enfrentamos, la solución no está en nosotros mismos, sino en Dios, y por eso hemos de acercarnos más a Él, dedicar más tiempo a orar, pedirle por otros, adorarle en silencio, y participar en los Sacramentos. Procurar con Su gracia nuestra santidad. Iluminar las tinieblas con ayuda de Aquel que dijo: “Yo soy la Luz del mundo, el que me siga, no caminará en la oscuridad” (Jn 8, 12).
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