HACE YA CASI SEIS AÑOS vi la película titulada “Interestelar” cuya trama ya olvidé casi por completo, pero se mantienen en mi memoria -¡y jamás se borrarán!- los interminables campos de maíz jiloteado, que ya anuncian la edad adulta de planta y que es promesa de una cosecha buena, sabrosa, abundante…
LO QUE NO ME GUSTÓ de aquella primorosa abundancia, es que el maíz aparece en toda la película como monocultivo, es decir: faltaban algunas matas de calabaza, frijol y chile serrano, por ahí entreveradas, tal vez chayotes o aguacates, quelites o camotes, amén de uno que otro huitlacoche como para variar el gusto y que aquello se pareciera más al cielo que al infierno…
DURANTE SIGLOS los artistas pintaron el sitio de tormento eterno con llamas que no menguan y atormentan así a los condenados, con diablos cornudos, coludos y trompudos, con dragones y monstruos que hacen eco a una fantasía exuberante; ¡eran tiempos de ingenio y variedad!…
ME ATREVERÍA A PINTAR el infierno en una monotonía interminable, con una repetición infinita de lo mismo, invadido de una invariable y aburrida cantaleta, o con una pantallita que repite los mismos mensajitos sosos y los insípidos diálogos saturados con monosílabos de moda: “-ke tal, güé, -pues bien, güé, -¿ke hay, güé?, -pues ná, güé”…
MEXICAS, TEPANECAS, acolhuaques, cuitlahuacas, culhuaques, mixquicas y demás grupos del Anáhuac solían hablar del Tlalocan (lugar de Tláloc) como un cielo donde la abundancia del agua daba variedad de vida, exuberancia de pájaros, multiplicidad de flores, sabrosura de alimentos, infinidad de cánticos, en pocas palabras: mucho y de todo…
HAY QUE PONER atención y cuidado a la variedad y la novedad pues no siempre van de la mano con la bondad y la verdad, así como tampoco son correlativas la multiplicidad y la abundancia con valores e ideales como la belleza y el orden; cuando lo mucho y abundante de plano es malo, estamos ante la peste, la plaga, la basura o el caos, el populismo o la barbarie, la masificación o la decadencia…
ES MUY CLARO QUE la televisión y los anuncios espectaculares –más todos los puntos intermedios: panfletos, volantes, carteles, revistas, y promocionales sin fin- andarán pregonando siempre las novedades como buenas, y sabemos que es mera treta publicitaria; o se empeñarán en mostrar una maravillosa sencillez y eficacia de tal producto cuando su meta es que lo compres rápido y antes y de que caigas en la cuenta que es caro y falso…
MUY PARECIDO A MERCANCÍAS fútiles y advenedizas o a estopas y serrines casi inútiles, también son las ideologías y opiniones que corren buscando llamar la atención de incautos, logrando embaucar a despistados, y queriendo marear hasta a los más duchos; te invito a que siempre estés a las vivas (¡que te pongas bien almeja!) y ya sea que veas una película como la citada o que te endulce el oído algún populista, sencillamente le saques raíz cuadrada y logres captar lo realmente cierto y puedas rechazar lo que resultó ser puro merengue…
LEJOS DE MÍ INCITAR a una desconfianza y recelo ante todo lo que te rodea, ¡no!, más bien nos conviene tener ojo avizor y no andar comulgando ruedas de molino ni querer devorar el mundo en un bocado; en este punto viene a mi recuerdo una frase mínima y precisa que San Pablo escribió en su primera carta a los tesalonicenses: “Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (5, 21)…
ES OBVIO QUE para que resulte más efectivo cualquier examen (escolar, médico, mecánico, ¡y hasta el examen de conciencia!) bien ayuda la intervención sensata y prudente de otra persona, de preferencia experimentada y conocedora, o –¡al menos!- que tenga sentido común y recta intención; y valga desde aquí una palabra de gratitud a tantas personas que me han aconsejado y corregido, que me ayudaron a ver más allá de lo inmediato y evitaron que mi incapacidad, mi ignorancia o emoción, me llevaran a descalabros indeseados…
ES MUY PELIGROSO que un barrendero o un ingeniero civil, o que un campesino o un gobernante, actúen sin atender a la ciencia o la experiencia, que se conduzcan sin mirar el bien común o que se atrevan a complicar -¡siempre innecesariamente!- lo que dicta la verdad más inmediata y la realidad más evidente; y cuando hablo de “ciencia y experiencia”, no sólo me refiero a los que se quemaron las pestañas leyendo tantos libros o a quienes desgastaron su vida en el trabajo, también me refiero a la ciencia de los intuitivos y a la experiencia de los intrépidos; pero ya hablaremos de eso en otra ocasión…
angelusdominical@yahoo.com.mx
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