Imagen del concierto de Coldplay que se hizo viral. Foto: Especial
La fidelidad no es un ideal pasado de moda. Es una virtud profundamente humana, y una expresión madura del amor verdadero. Ser fiel no significa no sentir tentaciones, sino mantenerse firme en los valores que uno ha elegido vivir. La fidelidad es una forma de libertad: la de ser coherente entre lo que creemos, lo que decimos y lo que hacemos.
Las relaciones sólidas no se construyen únicamente con emociones, sino con elecciones conscientes y diarias: elegir escuchar, hablar con verdad, cuidar los detalles, respetar los límites, crecer juntos. La fidelidad —personal y de pareja— no se impone; se cultiva. Es fruto de un trabajo constante de autoconocimiento, confianza mutua y compromiso compartido.
Cuando Jesús se encuentra con la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8, 1‑11), no la condena. Se niega a sumarse al juicio público. Pero no relativiza el daño. No le dice “no pasa nada”. Le dice: “Tampoco yo te condeno. Vete, y no peques más”. Jesús ofrece misericordia, pero también señala un camino de transformación. Esta escena no se trata solo de perdón, sino de reconexión con la dignidad y con la verdad personal. Es una invitación al cambio, a la coherencia, a volver al valor de las promesas verdaderas.
En el contexto actual, donde muchas veces se normaliza la infidelidad o se trivializa el compromiso, esta historia evangélica tiene mucho que decir. Nos recuerda que la caída no es el final, pero sí un punto de inflexión. Que el escándalo no debe eclipsar la posibilidad de conversión. Y que la verdadera fidelidad —a Dios, a uno mismo, a la pareja— es una fuente de plenitud, no una carga.
El pasado 16 de julio, durante un concierto de Coldplay en Boston, la popular kiss-cam enfocó a una pareja aparentemente enamorada. El público celebró el momento; sin embargo, la historia dio un giro inesperado. Se trataba de Andy Byron, CEO de la empresa tecnológica Astronomer, y Kristin Cabot, directora de Recursos Humanos. Ambos casados, ambos sorprendidos por una cámara indiscreta. La imagen, viralizada en redes, provocó una tormenta mediática, una investigación interna en su empresa y, finalmente, la renuncia del CEO. La empresa fue clara: sus líderes habían fallado a los valores que debían representar.
Este caso trasciende el morbo o el escándalo. Es un espejo que nos invita a mirar más profundamente el lugar que la fidelidad, los valores personales y los compromisos asumidos libremente ocupan en nuestras vidas. Porque la infidelidad no comienza en un concierto ni ante una cámara, sino mucho antes: cuando se debilitan las convicciones, se apagan los diálogos sinceros y se deja de cuidar la promesa hecha al otro.
Que lo privado no es tan privado como creemos. Que nuestras decisiones personales tienen un eco público. Y que, en medio de una cultura que busca likes y apariencias, la mayor revolución sigue siendo vivir con integridad.
Hoy, más que nunca, necesitamos parejas que apuesten por la verdad, que se cuiden en lo cotidiano, que fortalezcan su unión desde el amor y el respeto. Necesitamos también personas que vivan sus valores con firmeza, no como un peso, sino como una brújula. Porque no hay mayor escudo contra la infidelidad que la coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos. Y no hay mayor testimonio de amor que el de quienes, día tras día, eligen ser fieles, incluso cuando nadie los está mirando.
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