Lo que en 1910 inició como la Capilla de San Francisco, en 1969 se transformó en la actual Parroquia de la Divina Institución, ubicada en calle Vidal Alcocer, número 116, a las orillas del barrio de Tepito, donde hoy se viven realidades de dolor que el párroco Fortunato Cruz y su comunidad atienden: familias desintegradas, alcoholismo, drogadicción, vandalismo, narcotráfico y otras problemáticas.
El padre Fortunato lleva seis años al frente de esta parroquia; a su llegada, la halló en un estado deplorable: “En el interior olía a podrido –recuerda–, pero no sabíamos de dónde provenía la fetidez. Había una gran alfombra roja; un día se me ocurrió levantarla para poder pulir el piso, y al quitarla encontramos todo lleno de ratas secas, parecía una gran sábana de chiles anchos. Todo estaba muy descuidado. Gracias a Dios también encontré una comunidad parroquial muy generosa, que me ayudó a restaurar el recinto”.
Señala que hoy el aspecto de la parroquia ha cambiado, a diferencia de los problemas sociales de la zona, que persisten. Entre ellos está la violencia y los hijos que nacen en familias disfuncionales, con padres que muchas veces no han alcanzado la mayoría de edad y no tienen ganas de ser padres.
“Menos desean hacerse cargo de sus ancianitos –comenta–; viven una cultura del descarte, y es por eso que echamos a andar algunos proyectos en favor de los adultos mayores”.
El padre Fortunato Cruz refiere que hoy cuenta con un censo de 62 ancianos enfermos en los alrededores de la parroquia, a quienes, a través de los Ministros de la Eucaristía, atiende pastoralmente y en sus necesidades básicas, como alimentación y suministro de medicamentos.
En la comunidad también hay adultos mayores que sí pueden asistir a la parroquia, y han formado ahí sus propios grupos; uno muy singular es el de las Chicas de la Divina, integrado en su mayoría por mujeres de 80 a 90 años de edad, y que es coordinado por María Arias Vargas, quien también es parte de este equipo.
“Es un grupo muy bonito –dice María Arias–; todas esperamos con impaciencia el jueves, que es el día en que nos reunimos. Frecuentemente vamos a visitar museos, para lo cual contamos con la ayuda del Fideicomiso del Centro Histórico, cuyo personal visita los espacios para evaluar la viabilidad de las visitas, y posteriormente las programa. Se procura que después del recorrido las chicas tengamos alguna actividad. En el Antiguo Palacio de Iturbide, por ejemplo, vimos una exposición sobre charrería, y al final nos dieron materiales para que pintáramos lo que más nos había gustado”, comenta.
Sin embargo, a los 80 o 90 años aseguran que su energía ha mermado, así que las Chicas de la Divina han incluido nuevas actividades al grupo.
“Ya la mayoría no quiere hacer ejercicios físicos –explica María Arias–, prefiere los ejercicios mentales, participar en juegos como el memorama u otros en los que se requiere pensar o repetir palabras. Por eso hemos pedido al Centro Social ya no impartir ejercitación física. Las chicas han pedido que mejor se les imparta Catequesis. Estamos volviendo a aprender, como cuando éramos niñas; gracias a Dios hay una catequista llamada Hortensia que tiene el don de explicarnos como si lo fuéramos. Una verdaderamente se vuelve niña, y así necesitamos que se nos enseñe y se nos consienta. Es nuestra naturaleza”.
Y eso es lo que hace el padre Fortunato: tenerles la paciencia que se les debe tener a las pequeñas.
“Cuando las veo sonreír, cuando las veo que están bien, me siento un padre, un hermano, un amigo, disfruto realmente mi ministerio. Pero otra cosa importante es que las Chicas de la Divina convivan entre sí, sobre todo porque algunas están enfermas, y al reunirse encuentran apoyo, identidad y fortaleza; se platican sus cosas, conviven, cantan, juegan y encuentran el alivio de reunirse en comunidad en torno a Jesús”, dice el párroco.
Finalmente, el padre Fortunato Cruz asegura que no sólo se siente pleno ayudando a los adultos mayores, sino también a las familias, a los jóvenes y a los niños que viven en los alrededores de la parroquia. “A todos esos pequeños que vienen al Catecismo, a los que viven situaciones difíciles en sus hogares, lo cual en el barrio de Tepito es muy común; a quienes viven en la angustia y la desesperación, y en general a todo aquél que necesita del amor de Cristo, presente en la Eucaristía; es decir, en la Divina Institución”.
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