Cuentan que una vez una mujer, pongámosle Petrita, fue a confesarse. Iba con mucho miedo porque el sacerdote tenía fama de estricto, pero, al fin y al cabo, ella casi no tenía pecados, tan solo aquel pecadillo sin importancia que, a lo mejor, hasta le iba a dar risa al severo confesor:
-Padre, acúsome de que dije un chisme. (¡Ya está, ya lo dije, ahora el padre me va a decir que rece tres Ave Marías y que me vaya en paz).
-Mira, hija, no te voy a dar la absolución hasta que no cumplas la penitencia. Ve a tu casa y tráeme una funda de almohada llena de plumas.
-(¡Qué extraña penitencia!, ¿para qué querrá el padre una funda llena de plumas?, voy a tener que desplumar varias gallinas).
Y allá va Petrita a buscar su funda llena de plumas. Y allí viene Petrita con su funda llena de plumas.
-Aquí están, padre, déme la absolución.
-Todavía no. Antes vas a subir a la torre, hasta arriba, hasta donde están las campanas, y allí vas a vaciar tu funda lanzando las plumas a los cuatro vientos. Luego vienes a verme.
-(¡Qué rara penitencia!, mejor me hubiera dejado mis tres Ave Marías)
Y allá va Petrita a lo más alto del campanario desde donde lanza las plumas a los cuatro vientos.
-Ya, padre, déme la absolución.
-Ya nada más falta una cosa, hija: toma tu funda y ve por todo el pueblo a recoger las plumas que tiraste, y cuando hayas recogido todas, ¡vienes a que te dé la absolución!
Tal vez sea tan sólo un cuento, pero ilustra muy bien lo que es el chisme y su gravedad.
Cuando yo era ingenuo, pensaba que no había gente mala y que tan sólo se caía en pecado por lamentable equivocación. Pero perdí mi ingenuidad cuando descubrí que hay personas que gozan inventando chismes y que los planean cuidadosamente para hacer el mayor mal posible.
¿Por qué lo hacen? Motivos hay muchos: por venganza, por envidia, por el afán de ensuciar lo que está limpio o, simplemente, ¡por deporte! Dicen que el chisme es el deporte nacional en el que obtendríamos medalla de oro.
Chismeamos porque no tenemos otra cosa qué hacer, acuérdense de aquello de que “pueblo chico, chisme grande” y, después de todo, nuestras grandes ciudades siguen siendo tan sólo pueblos grandotes.
Un chisme es grave. ¿Es como un robo? Más grave que un robo porque le quita a la víctima algo que tiene un inmenso valor: la honra. Y todo mundo tiene derecho a su buena fama, aunque sea mal habida. Un chisme destruye la felicidad de la víctima y es, con frecuencia, causa de desavenencias con seres queridos.
Como el chisme va contra la justicia, obliga la restitución. Es decir, el devolver la buena fama de la víctima. Esto es tan difícil como el recoger las plumas dispersas por el viento. ¡Por eso es mejor no chismear!
Y cuando uno es víctima de un chisme, suele funcionar el hacer pública la verdad, de esa manera el chismoso queda exhibido como una persona mal intencionada de la que hay que cuidarse.
Pero muchas veces somos víctimas de un chisme y nada podemos hacer porque ya el daño va más allá de lo que podemos remediar. En esos momentos oremos a Dios para que toque el corazón del chismoso y lo mueva a la conversión, al arrepentimiento y a reparar el daño que ha hecho.
¡Pobres de los chismosos!, la comunidad los detecta después de algunas tristes experiencias y ya jamás se vuelve a confiar en ellos. ¿Cómo confiar en un ladrón?
No nos gusta vivir entre ladrones y exigimos que haya más seguridad de parte del gobierno encargado de ella. Tampoco nos gusta la violencia y a veces nos organizamos para desalentar a los violentos.
El chisme es un robo y es una forma de violencia, la comunidad debe organizarse para que desaparezca de su seno.
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