Para dar respuesta a esta pregunta, es necesario tomar en consideración algunos datos; en primer lugar, la Biblia no es un tratado científico, no pretende aportarnos datos históricos cien por ciento verificables, o conocimientos astronómicos o de medicina. Es más bien un conjunto de escritos que dan testimonio de la fe de un pueblo que ha sido encontrado por Dios y ha vivido una relación de amor y mutua pertenencia con Él. Por otro lado, debemos entender que la Biblia ha sido escrita por hombres pertenecientes a una cultura determinada, en una época determinada y que se expresan mediante un lenguaje propio de esa cultura. Es por eso que para comprender cabalmente el mensaje de la Biblia es necesario hacer uso de herramientas científicas como el análisis lingüístico, la arqueología bíblica, el estudio de los significados de los símbolos, etc.
Es verdad que la Biblia es Palabra de Dios, pero no es un dictado a la letra que Dios hizo a sus redactores. Dios los inspira para que escriban sin defecto lo relativo a la salvación humana, pero respetando sus condicionamientos culturales, su forma limitada de entender el mundo, su particular modo de expresarse, su sensibilidad, etc. Puede haber en la Biblia -y de hecho los hay- errores de carácter científico, histórico, geográfico, etc., pero esos errores son propios de la dinámica misma de la inspiración y en nada afectan el mensaje teológico y espiritual que nos salva.
Por otro lado, la Iglesia reconoce la autonomía propia de la ciencia frente a la fe. No se trata de hacer malabares para hacer concordar los datos de la ciencia con los textos bíblicos. Eso es un callejón sin salida y un absurdo, porque nos lleva directamente a poner en los textos cosas que ellos no quieren ni quisieron decir nunca.
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Por ejemplo, hoy la Iglesia acepta sin ningún problema la posibilidad de que sea cierta la teoría de la evolución de las especies (dato científico), porque es bien sabido gracias a la aplicación de una interpretación científica de los textos bíblicos que narran la creación del hombre, que el mensaje de esos textos es teológico y no científico, y que nos quieren dar a conocer el origen místico del hombre, a saber Dios mismo. El origen del hombre está en la voluntad amorosa de Dios.
Visto de esta manera, la ciencia aporta datos que interpretados desde la fe bíblica, nos ayudan a comprender de mejor manera la providente y amorosa acción de Dios que todo lo conduce para bien de los que ama. Y la fe puede ayudar a la ciencia a abrir la mente e ir más allá de lo evidente para descubrir nuevas aristas en el complejo prisma de lo real.
El problema surge cuando la fe quiere convertir a la ciencia en su garante de verdad y la ciencia quiere negar toda validez al dato revelado por considerarlo parte de un cuento de hadas sin sostén en la verdad que puede ser comprobada científicamente, como si la verdad se redujera a lo que puede verificarse bajo la lupa de un método o de un microscopio.
*Jorge Arévalo Nájera es Director de la Dimensión de Biblia y Extensión Formativa de la Arquidiócesis Primada de México.
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