Hace muchos años, cuando todavía no era sacerdote, tuve que ir a Guadalajara por un asunto familiar. En uno de esos momentos inapreciables en los que no hay nada qué hacer, me puse a vagar por las calles de la ciudad y, de pronto, me encontré con mi tío Felipe. (He cambiado el nombre para proteger su anonimato).
El tío Felipe había tenido una vida muy azarosa. Miembro de una familia numerosa y de pilón pobre, por una larga huelga que tenía a su papá sin trabajo y esperanzado en una solución que no llegaba, decidió irse de su casa a los doce años para no ser una carga para su familia y con la ilusión de ganar mucho dinero para ayudar a sus hermanos.
La escuela de la vida es dura, él aprendió a trabajar lejos de casa, pero también aprendió a tomar como lo hacían sus compañeros de trabajo mucho mayores que él.
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Gracias a Dios no perdió el contacto con los suyos y les enviaba dinero como lo había prometido.
Pero el mal estaba hecho: era ya un alcohólico y todavía ni siquiera era un hombre. Se casó y dio a su esposa y a sus muchos hijos un padre alcohólico con todas las desventajas de esa enfermedad. Ofendió a su esposa, a sus hijos, a su familia y a cuantos conocía. El hogar de un alcohólico es un infierno.
Era un tío simpático y se ganó nuestra amistad desde niños a pesar de sus borracheras, así que me dio mucho gusto encontrármelo en Guadalajara y más gusto por verlo sobrio.
Me presumió que ya no tomaba, que pertenecía a un grupo de Alcohólicos Anónimos y me invitó a acompañarlo porque, en ese momento, iba apara allá. Y me fui con él deseoso de apoyar con mi amistad al tío que ya no bebía.
Nos metimos a un barrio pobre y entramos a una casucha casi en ruinas; allí en un cuarto lleno de sillas había una tribuna que me pareció muy digna. Me presentó mi tío y me recibieron con mucha camaradería. Pronto me di cuenta de que habían cambiado el orden de la reunión para darme información de lo que eran y de lo que hacían. Me gustó a pesar del lenguaje florido que hería mis educados oídos. Al final subí a aquella tribuna y agradecí al grupo lo que estaban haciendo por aquel tío al que yo quiero tanto.
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Ese agradecimiento, una vez ya ordenado sacerdote, se convirtió no sólo en apoyo a este movimiento, sino hasta en promoción, ya que he participado en el inicio de varios grupos en los que he visto repetirse una y otra vez el milagro realizado en mi tío.
Conozco a muchos amigos que han dejado de beber, y la mayoría de ellos gracias a Alcohólicos Anónimos.
Bill W. Era un agente de bolsa en Nueva York que quedó atrapado en el alcoholismo. Tocó fondo, es decir, llegó a la máxima desesperación por no poder ni querer liberarse del alcohol.
Conoció entonces a otro alcohólico en su misma situación, un médico llamado Bob S. Ambos se ayudaron uno al otro a dejar de tomar y descubrieron que lo que a uno le era casi imposible, los dos podían lograrlo con su apoyo comprensivo y con la ayuda del Poder Superior.
En 1935 fundaron en Akron, Ohio, el primer grupo de Alcohólicos Anónimos, conocido por sus primeras letras: AA.
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Tienen algunas características que hay que resaltar:
–Sus miembros asisten libremente porque desean dejar de tomar “sólo por hoy”
–Es gratuito. Se sostiene por la colaboración voluntarias de sus miembros.
–No es un grupo confesional, es decir, no pertenece a ninguna religión en particular, para poder aceptar a hombres y mujeres de cualquier credo. Esto no impide que tengan muy en cuenta a Dios y reconozcan que sólo con su gracia pueden dejar de tomar. En sus reuniones invocan a Dios con una oración muy bella.
-Proponen a los que desean dejar de tomar doce pasos que implican un progreso hacia la libertad.
Parten de la necesidad de aceptar que se es alcohólico y que necesitan ayuda.
Consideran que el alcoholismo es más una enfermedad que un vicio.
Perseveran y celebran cada día que no han tomado.
A la sombra de AA han surgido otras instituciones similares, algunas de ellas son peligrosas por los métodos que usan y por no respetar la libertad del alcohólico.
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Cuando este movimiento llegó a México, la gente los veía con desconfianza porque pensaban que eran protestantes o evangélicos.
Los Obispos mexicanos de aquel tiempo, sacaron circulares de apoyo y recomendaron la asistencia a estos grupos.
Los primeros grupos y muchos otros hoy, han surgido con el apoyo de las parroquias como un medio eficaz para dejar de tomar.
Ellos son una esperanza tangible, real, para aquellos que desean componer su vida por respeto a sí mismos y por amor a los suyos.
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