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Salmo 51 (50) La oración perfecta para pedir perdón a Dios

Al Salmo 51 (50) se le conoce como la oración del pecador arrepentido. Y es que es una oración perfecta para pedir perdón a Dios por nuestros pecados. ¿Por qué? Aquí te contamos la historia.

El gran pecado del Rey David

Resulta que el rey David, a quien se le atribuye la autoría de este Salmo, así como la de otros 70, cometió un pecado muy grave: una tarde, vio desde la terraza de su palacio a una bella mujer: Betsabé, esposa de Urías, uno de los hombres del pueblo que se encontraba en batalla. Ella era muy guapa y David se acostó con ella, quedando ésta embarazada.

Para evitar el problema, David le dio permiso a Urías de que regresara por unos días a casa y se acostara con su mujer. Pero aquel hombre, fiel a sus compañeros de batalla, rechazó dicho privilegio.

Entonces el rey envió un mensaje el encargado del ejército pidiéndole que pusiera a Urías en el lugar más peligroso de la batalla y lo abandonara cuando ésta estuviera más intensa. De esta manera aseguraría su muerte.

Cuando murió Urías, Betsabé fue llevada por el rey David a su palacio y la tomó por esposa. Con el tiempo, ella le dio un hijo. Pero lo que había hecho David no agradó al Señor, quien envió al profeta Natán a reprenderlo, pues no recapacitaba ni se arrepentía.

Natán le narró al rey David la historia de dos hombres, uno rico y uno pobre, y cómo el hombre rico le quitó al pobre su posesión más preciada. David se enojó tanto al oír aquella historia, que determinó que le hombre rico muriera.

Entonces Natán le dijo a David: ¡Tú eres ese hombre! Por ello, el rey David expresa en este Salmo su arrepentimiento y la súplica de perdón a Dios.

Salmo 51 (50)

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!

¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!

Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.

Contra ti, contra ti solo pequé
e hice lo que es malo a tus ojos.
Por eso, será justa tu sentencia
y tu juicio será irreprochable;
yo soy culpable desde que nací;
pecador me concibió mi madre.

Anhelo de renovación interior

Tú amas la sinceridad del corazón
y me enseñas la sabiduría en mi interior.

Purifícame con el hisopo y quedaré limpio;
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Anúnciame el gozo y la alegría:
que se alegren los huesos quebrantados.

Aparta tu vista de mis pecados
y borra todas mis culpas.

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.

No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti.

¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,
y mi lengua anunciará tu justicia!

Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.

Trata bien a Sión, Señor, por tu bondad;
reconstruye los muros de Jerusalén.

Entonces aceptarás los sacrificios rituales
–las oblaciones y los holocaustos–
y se ofrecerán novillos en tu altar.

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DLF Redacción

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