San Francisco de Asís. Foto: Especial
La Iglesia católica celebra cada 4 de octubre a San Francisco de Asís, un gran modelo de santidad que mereció ser canonizado a tan sólo dos años de su muerte, el 16 de julio de 1228, por el Papa Gregorio IX y que con el paso del tiempo es considerado uno de los santos más notables al punto de que otras religiones reconocen el valor de su ejemplar vida y el ejemplo que dio a la humanidad con su sencillez y fraternidad.
San Francisco nació en Asís, Italia, en 1182 y aunque su nombre era Giovanni, todos le llamaban “Francesco”; fue hijo del rico mercader de telas Pietro di Bernardone, y de Pica, dama de la nobleza provenzal, por lo que creció entre las comodidades de la familia y de la vida mundana.
Francisco siempre tuvo el deseo de cumplir grandes empresas, lo que a los veinte años de edad lo impulsó a partir, primero, a la guerra entre Asís y Perugia y, después, a las cruzadas. Lo capturaron y apresaron durante un año, lo que le provocó un profundo cambio interior. Al regreso de la dura experiencia bélica, enfermo y agotado, resulta irreconocible para todos, ya que algo marcó profundamente su ánimo, algo distinto a la experiencia del conflicto.
Un día de 1205, Francisco comprendió el significado de la pobreza y entendió el sufrimiento de los menesterosos, los enfermos, ancianos y moribundos. Cuenta la historia que en la pequeña iglesia de San Damiano, cerca de Asís, escuchó a Cristo que le decía “repara mi casa que está en ruinas” y para obtener recursos recurrió al almacén de su padre, por lo que el indignado comerciante lo acusó y llevó ante el obispo y frente a él lo desheredó.
Francisco entendió que, en aquellos momentos, su padre se preocupaba más por los bienes materiales que por su hijo, por lo que se desnudó para no llevarse ni siquiera las ropas que le había dado su familia y, desde entonces, su “hábito franciscano” consistió en una sencilla túnica amarrada por una cuerda y el siguiente paso de Francisco fue reconocer a Dios como su Padre y a su causa consagró toda su vida.
La voz que oyó Francisco en Spoleto, irrumpió en el silencio de la oración que realizaba delante de un crucifijo bizantino en la Iglesia abandonada de San Damián: “Francisco ve y repara mi iglesia, que como ves está en ruinas”. De acuerdo con la Santa Sede, “Estas palabras, primero entendidas como una llamada a reconstruir piedra por piedra los escombros de la capillita, a lo largo de los años le desvelaron al joven su significado pleno, ya que había sido llamado a realizar ‘cosas grandes’: ‘renovar’, en espíritu de obediencia, la Iglesia, que pasaba por un período de divisiones y herejías”.
De esta manera, el santo nunca olvidaría las palabras oídas en sueños en Spoleto: “¿por qué te empeñas en buscar al siervo en lugar del Señor?”. Ante ello, la existencia de Francisco tomó una nueva dirección, guiada por el constante deseo de saber a qué podía llamarlo el Señor; la oración y la contemplación en el silencio de las tierras de Umbria, le condujeron a abrazar como hermanos a los leprosos y vagabundos por los cuales siempre había sentido disgusto y repulsión.
La alegría incontenible que siente al ser amado y llamado por el Padre, acrecentaron en el joven el deseo de vivir de la Providencia y, en obsequio al Evangelio, decide ceder todos sus bienes a los pobres. Por ello, las tensiones con su padre Pietro di Bernardone fueron continuas. Este lo denunció públicamente, y Francisco manifestó entonces su deseo íntimo de esposar a la señora Pobreza, despojándose de sus vestidos delante del obispo Guido.
A Francisco se unieron numerosos compañeros que como él, deseaban vivir el Evangelio al pie de la letra: en pobreza, castidad y obediencia. En 1209 lo que sería el primer núcleo de los “hermanos” se dirigió a Roma para hablar con el Papa Inocencio III que, impresionado por la determinación de “aquel joven de pequeña estatura y ojos ardientes”, aprobó la Regla, que después fue confirmada definitivamente en 1223 por el Papa Honorio III.
Clara, una noble de Asís, se sintió atraída por el carisma de Francisco, que la acogió y posteriormente dio inicio a la segunda orden franciscana, “las hermanas pobres” hacia 1212 con la misma intención, oración y actitud ante la vida y la muerte, y a las que se les conoció después como las Hermanas Clarisas.
Para 1221, se fundó una rama para los legos en una Tercera Orden, los terciarios franciscanos, y para ese año, estos frailes y religiosas se habían extendido hasta España e intentaron predicar ante los musulmanes, por eso, los franciscanos se convirtieron con los años en los representantes pontificios en Tierra Santa.
Bajo un espíritu místico de igualdad entre todos los seres de la creación, San Francisco predicaba a las aves del cielo y a los lobos en su afán de transmitir la grandeza de Dios, “Hermano sol, hermana luna”, fue una frase que sintetizaba la teología franciscana en toda su magnitud.
La vida de Francisco fue una constante alabanza al Creador. El “Cántico del Hermano Sol”, primera obra maestra de la literatura italiana, escrito cuando todavía estaba postrado por la enfermedad, es la expresión de la libertad de un alma reconciliada con Dios en Cristo.
San Francisco fue el iniciador de los Belenes o nacimientos que comenzaron a divulgarse con pastores ataviados como los personajes bíblicos y la aceptación de esta costumbre fue tal que se extendió por Europa y posteriormente por América.
Fue tal la importancia que tuvo esta iniciativa que con el tiempo se hicieron las tradicionales figuras de cerámica y otros materiales para colocarlo en los hogares y que prevalecen hasta nuestros días y que con gran devoción, alegría y fe colocan las familias para celebrar la llegada del Niño Jesús.
San Francisco de Asís también sufrió los estigmas de Cristo que recibió en la montaña de La Verna y de ellos solo se supo hasta después de su muerte pues los cubría con telas para no llamar la atención.
El amor ardiente por Cristo, señala la Santa Sede, expresado tiernamente en la representación del primer nacimiento viviente en Greccio durante la Navidad de 1223, llevó al “Poverello” a conformarse en todo con Jesús y a ser el primer santo de la historia en recibir la marca de los estigmas. “
Juglar de Dios”, fue testimonio vivo de la alegría de la fe, acercando al Evangelio a los no creyentes y captando incluso la atención del sultán, que lo acogió con honores en Tierra Santa.
De acuerdo con la tradición, los estigmas de San Francisco de Asís son las marcas corporales (en manos, pies y costado) que asemejan las llagas de Jesús en la cruz, las cuales recibió en la cima del Monte Alvernia en 1224, quedando él como una imagen viva de Cristo. Este fue el primer caso registrado de estigmatización en la historia de la Iglesia Católica y se le considera como un fenómeno que representa la profunda configuración del santo con el amor de Dios y la pasión de Cristo.
Según el relato, mientras San Francisco rezaba de rodillas con los brazos extendidos para contemplar los sufrimientos del Salvador en la cruz, se le apareció un serafín crucificado y de las cinco llagas de esta aparición salieron cinco rayos de luz que alcanzaron el costado, las manos y los pies del santo.
Los dos últimos años de su vida, San Francisco de Asís padeció agudas enfermedades, entre ellas malaria y ceguera, hasta que la tarde del 3 de octubre de 1226, cuando la “hermana muerte” lo viene a visitar, sale al encuentro de Jesús con alegría.
Muere a los 44 años, sobre la tierra desnuda de la Porciúncula, lugar en el que recibió como don la indulgencia del Perdón y dos años después fue canonizado. El espíritu de Francisco sigue inspirando a tantos en la obediencia de la Iglesia, en la construcción del diálogo entre todos, en la verdad, en la caridad, y en el cuidado de la creación.
El espíritu franciscano siempre ha estado presente en la Iglesia, y por citar ejemplos recientes, Juan Pablo II organizó en la ciudad de Asís importantes reuniones ecuménicas e interreligiosas para orar por la paz mundial, mismas que continuó el Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco, se inspiró en este santo al adoptar su nombre y para crear su Encíclica Laudato Si’, sobre el cuidado de la casa común.
La Orden franciscana es la más numerosa del mundo y en México fue determinante para la evangelización y la defensa de los indígenas ante el abuso de los conquistadores y encomenderos. Fue a partir de mayo de 1524 cuando los 12 primeros misioneros franciscanos iniciaron la evangelización formal en la Nueva España con la creación de cuatro Provincias: México, a la que llamaron del Santo Evangelio; Texcoco, Tlaxcala y Huejotzingo, “distante una de otra a 20 leguas”.
A la fecha, cuentan con universidades y otros centros de estudio y asistencia social en todo el mundo. De entre todas las órdenes religiosas, ellos son los que viven con mayor humildad, y los tres nudos de la cuerda con la que atan su hábito simbolizan humildad, obediencia y castidad.
*Con información de Carlos Villa Roiz.
**Esta Nota se actualizó el 29 de septiembre de 2025.
Descubre la historia de la Porciúncula, la pequeña capilla de San Francisco de Asís donde…
Que Santa María, Reina de la paz, nos ayude a fortalecer nuestro compromiso en favor…
Conoce la razón por la que “el cordonazo de San Francisco” lleva el nombre del…
El nuevo Evangeliario Dominical y Festivo busca seguir fomentando que la Palabra proclamada en las…
Descubre qué es el catecumenado en la Iglesia católica, sus etapas, duración, sacramentos que recibe…
La enseñanza del Papa León es que ser provida no se limita a una sola…