Hasta hace pocos años, los tatuajes se consideraban sólo los marineros y los delincuentes, pero hoy en día, tatuarse se ha convertido en una moda cada vez más generalizada. Debido a ello muchos católicos se preguntan qué opina la Iglesia Católica respecto a los tatuajes, y específicamente si es o no pecado tatuarse.
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Para empezar cabe decir que no se puede dar una respuesta generalizada. ¿Qué hacer entonces? Recurrir a una fórmula infalible que sirve para determinar si una acción es o no moralmente lícita: examinar intención, medios y frutos. Así pues, analicemos estos tres aspectos con respecto a este tema:
Quien desea tatuarse debe preguntarse qué lo mueve a ello. ¿La vanidad?, ¿el culto excesivo a la propia persona? o tal vez ¿desea presumir una imagen demoníaca, pornográfica, racista, violenta, que promueva la discriminación o el odio, que infunda miedo, que exprese o promueva valores contrarios al Evangelio y la Iglesia Católica, que indique pertenencia a un grupo anticatólico o que se dedica a la delincuencia? Entonces desde luego sí sería pecado.
Pero si su intención es simplemente exhibir una imagen bella o que tiene un significado sentimental o agradable y no busca herir los sentimientos de nadie ni portar un símbolo de algo negativo ni expresar en modo alguno idolatría,, desde luego no comete pecado. Conviene, pues que el católico que desea tatuarse se pregunte: esta imagen, estos tatuajes que elegí ¿son compatibles con mi amor y respeto a Dios, a la Iglesia Católica y al prójimo y con mi condición de bautizado? También se debe considerar que la imagen elegida compromete a quien la porta, por lo que cuidado con tatuarse un símbolo religioso si la propia vida no da un testimonio de coherencia con éste.
En suma: hay que tener presente lo que dice San Pablo: que no somos dueños de nosotros mismos, sino templos del Espíritu Santo por lo que debemos siempre procurar glorificar a Dios con nuestro cuerpo (ver 1Cor 6, 19-20).
El procedimiento del tatuaje conlleva necesariamente sangrar la piel, y si los instrumentos que se emplean para ello no cumplen con estrictas medidas de higiene, pueden transmitir enfermedades incurables como Sida y Hepatitis C. Además quien se tatúa debe estar consciente de que no será aceptado como donador de sangre o de órganos durante un largo período de tiempo, por lo que si algún ser querido o conocido necesitara una donación no podría ayudarle. Y también debe aceptar someterse a algún examen médico posterior para comprobar que no contrajo ningún padecimiento contagioso.
En este sentido tatuarse puede convertirse en un atentado contra la propia salud y la de otros por lo que hay que tener claro que como creyentes tenemos la responsabilidad de cuidar el cuerpo que Dios nos prestó. Quizá razones de salud, entre otras, fueron las que inspiraron la prohibición a tatuarse que aparece en la Biblia (ver Lev 19, 28).
Algo más que también hay que tomar en cuenta con respecto a los medios es el costo del tatuaje. ¿Se hará un desembolso excesivo?, ¿se destinará para este gasto superfluo un dinero que hace falta para resolver necesidades más importantes, propias o de otros miembros de la familia o comunidad?
Los tatuajes suelen ser permanentes, por lo que quien quiera realizarse uno y pertenezca a la Iglesia Católica debe considerar con mucho cuidado la imagen que se tatuará porque la llevará grabada en su piel el resto de su vida y puede ser que un tatuaje que en un momento de ‘relajo’ o rebeldía durante su adolescencia o juventud le parezca muy divertido o adecuado no lo sea en absoluto diez, veinte o cuarenta años después.
Hará bien en pensar a futuro y plantearse que puede suceder que cuando haya madurado y quiera emprender una vida distinta quizá lamente llevar en su cuerpo una imagen que resulte totalmente ridícula o inconveniente (por ejemplo el nombre o rostro de una antigua pareja con la que ya terminó, cuando quiera casarse con otra; o una caricatura infantil o grotesca, cuando aspire a obtener un empleo serio en una empresa, o un dibujo vulgar que un día le dé pena mostrar a sus nietos). Que procure tener prudencia y reconocer que la moda del momento y lo que ‘todos hacen’ no son criterios confiables, así que no ha de dejarse influir por ellos al momento de decidir si se realiza o no un tatuaje.
Tomar en cuenta estos tres aspectos puede ayudar a un católico que esté contemplando la posibilidad de hacerse tatuajes, a tomar una decisión acorde a la Iglesia Católica y de la que ojalá no tenga después que arrepentirse.
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