En las apariciones de la Virgen de Fátima en 1917, la Santísima Madre de Dios pidió que se rezara el Santo Rosario, pero además, que durante los primeros sábados de cinco meses seguidos le hicieran compañía durante 15 minutos, meditando los misterios del Rosario -que nos remontan a la Vida, Pasión y Muerte de Jesucristo nuestro Señor- con la promesa de que asistiría a los devotos de esta práctica, a la hora de su muerte, con las gracias necesarias para la salvación.
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A través de Sor Lucía, que fue una de las videntes en las apariciones, la Virgen de Fátima habló del dolor que siente por los pecados de la humanidad, y deseaba que hubiera un desagravio por estas faltas; de allí que se hable de la reparación de los pecados al Inmaculado Corazón de María.
La Virgen hizo referencia a cinco faltas y blasfemias que lastiman su corazón:
1) Contra su Inmaculada Concepción.
2) Contra su Virginidad perpetua.
3) Como Madre de la humanidad.
4) Quienes procuran influir en los niños, motivándolos al desprecio e indiferencia hacia la Virgen María, y contra su maternidad divina.
5) Contra los que ultrajan sus Sagradas Imágenes.
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La Virgen pidió que, en esos cinco primeros sábados del mes, la gente también se confiese y comulgue, que haga sacrificios y actos de piedad, y, sobre todo, la acompañen en su sufrimiento al lado de Jesús.
Santo Tomás de Aquino ya había destacado desde el siglo XIII que el sábado santo, después de la muerte de Jesús, la Virgen fue la única que permaneció firme en su fe pues los apóstoles, temerosos, se habían alejado, a excepción de Juan. Por eso todos los sábados se recuerda con especial amor a la Virgen María.
Santos como Luis María Montfort a través de su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, en el siglo XIX, había subrayado que María es el medio más seguro para consagrarse a Dios, y otros más, como Domingo de Guzmán o San Marcelino Champagnat, se revelaron profundamente marianos, y fueron grandes promotores del rezo del Santo Rosario y de la Eucaristía.
La reparación al Inmaculado Corazón de María es un acto personal, aunque también se puede hacer en grupos que, organizados, promueven está práctica que pidió la misma Virgen, con grandes promesas de salvación.
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