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¿Qué es el Orden Sacerdotal?

El Orden Sacerdotal es uno de los siete sacramentos gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia Católica hasta el fin de los tiempos. Este sacramento comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.

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Un sacramento instituido por Jesús

En la Última Cena, Jesús ordenó sacerdotes a los apóstoles. Posteriormente, mediante la imposición de manos, ellos ordenaron a otros apóstoles: Matías, Pablo y Bernabé, y después a los obispos que ya no recibieron el nombre de apóstoles.

Pero también impusieron las manos sobre los diáconos y sobre los ancianos encargados de alguna comunidad. Anciano, en griego, se dice presbítero. Así, desde el principio de la Iglesia, el sacramento del Orden Sacerdotal se constituyó por diáconos, presbíteros y obispos.

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El presbítero, el presbiterio y el obispo

El presbítero participa del sacerdocio de Cristo unido al obispo y a sus hermanos sacerdotes con los que forma el presbiterio. El presbiterado no tiene sentido si no está unido al episcopado, por eso decimos entre nosotros que no se vale un cura vago, es decir, sin incardinación a una diócesis.

El obispo diocesano confía a los presbíteros cada una de las parroquias, y los hace responsables de su caminar en Cristo.

Es muy bella la ceremonia en la que el obispo le da a un sacerdote la misión de ser pastor de una comunidad.

El nuevo párroco “toma posesión” del confesionario, del sagrario, de las puertas del templo, de sus campanas. En seguida, frente a sus nuevos feligreses, el sacerdote recita pausadamente el Credo, para indicar que la enseñanza que entregará estará siempre conforme a la fe de la Iglesia Universal.

Finalmente concelebra con su obispo ante ese altar que, de ahí en adelante, le permitirá ejercer su presidencia de la asamblea litúrgica.

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El presbítero es sacerdote

Participa de la misión de Cristo sacerdote, celebrando la Eucaristía en memoria suya y en persona de Cristo mismo. Santifica además a sus fieles mediante la celebración digna de los sacramentos y de los sacramentales. Respeta y fomenta la religiosidad popular como una expresión legítima de la fe de su comunidad y enseña a orar a sus hermanos tal como Jesús nos enseñó a orar.

El presbítero es pastor

Unido al Buen Pastor que es Jesús, cuida y guía a sus feligreses, convocándolos y ayudándolos a vivir su fe en una comunidad de amor en la que encuentren el ambiente de la auténtica familia de los hijos de Dios.

En la comunidad parroquial, los fieles pueden encontrar la oportunidad de ejercer su apostolado de un modo organizado que lo hará más efectivo y testimonial.

El presbítero es maestro

Maestro como Jesús y en nombre de Jesús, enseña no su propia doctrina sino el Evangelio vivo que es Cristo mismo. La Iglesia y su magisterio oficial son su guía.

Pero el sacerdote no es un simple repetidor de una doctrina aprendida, es, o debe ser, un testigo del Evangelio de Cristo que él debe hacer suyo, de tal modo que su enseñanza sea más por el ejemplo que por la palabra.

La predicación en la santa Misa es el momento más importante de su ser maestro y, además, una oportunidad preciosa de hacer llegar a los fieles la Palabra.

Tiene también la obligación de enseñar por sí mismo o por medio de laicos bien preparados, la santa doctrina a los niños y a los jóvenes, sobre todo -pero no únicamente- antes de recibir los Sacramentos de Iniciación.

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La parroquia: una casa de puertas abiertas

La parroquia es la casa de todos, el lugar de encuentro de los que tenemos una misma fe y queremos vivir el amor mismo de Cristo. Es la casa de la familia de los hijos de Dios en donde queremos encontrar los medios que Cristo nos dejó para salvarnos.

Es también el punto de partida de los bautizados que han recibido la misión de evangelizar a todo el mundo. El sacerdote es el primero de ellos, el pastor y guía de la comunidad misionera.

Los laicos deben sentir la parroquia como algo propio, es su comunidad cristiana a la que han sido añadidos por Dios mismo. Su párroco es el hermano mayor a quien han sido confiados por el obispo y por la Iglesia. A final de cuentas, por el mismo Cristo.

La próxima vez que vayan a su parroquia, contémplenla con ojos de amor y digan: “¡Es mía!”.

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Pbro. Sergio G. Román

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