De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento y vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron sobre cada uno de los Apóstoles. Foto Especial.
El Pentecostés es uno de los días más importantes del calendario eclesiástico, ya que ese es el día en el que los apóstoles estaban reunidos en el Cenáculo con la madre de Jesús, la Virgen María, el Espíritu Santo descendió sobre ellos y les dio la fuerza y la preparación para cumplir con el mandato que les confirió el Hijo de Dios: difundir el Evangelio y sus enseñanzas en todos los rincones del mundo, lo que marca el nacimiento de la Iglesia.
El Pentecostés originalmente era una fiesta judía que marcaba la conclusión de los 50 días de la Pascua y celebraba el fin de la cosecha de cebada y el comienzo de la de trigo; de la misma manera, en esta fecha el pueblo judío recordaba la entrega de la ley de Dios a Moisés en el Monte Sinaí.
En el caso de los cristianos, el Pentecostés (en griego, quincuagésimo día) que se celebra 50 días después de la Pascua, conmemora el día en que el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles mientras se refugiaban en Jerusalén tras las puertas cerradas del Cenáculo luego de la resurrección de Jesús.
Pero, el Pentecostés también es reconocido por la Iglesia Católica como el nacimiento mismo de la Iglesia, de acuerdo con lo que se establece en los Evangelios, en Hechos de los Apóstoles, en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) e incluso en las enseñanzas de los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
La Iglesia Católica enseña que en Pentecostés el Espíritu Santo se derramó sobre los discípulos, capacitándolos para cumplir la misión que Cristo les había confiado, así el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 767) señala que la Iglesia fue revelada solemnemente al mundo en esa fecha y es enviada a anunciar y difundir el misterio de la comunión trinitaria.
“Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia” (LG 4). Es entonces cuando “la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación” (AG 4). Como ella es “convocatoria” de salvación para todos los hombres, la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos (cf. Mt 28, 19-20; AG 2,5-6)”, indica el numeral 767 del Catecismo de la Iglesia Católica.
Según se relata en Hechos de los Apóstoles 2,1-4, “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”.
De la misma manera, se narra que después de recibir el Espíritu Santo, Pedro se levantó, salió del Cenáculo y ofreció su primer mensaje evangelizador a la multitud que se había congregado en el lugar y después de ello logró la conversión de aproximadamente 3 mil personas (Hechos de los Apóstoles 2,38-41).
“Pedro les respondió: ‘Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar’. Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa. Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil”.
A partir de ese día, continúa el relato contenido en el Capítulo 2 de Hechos de los Apóstoles, “todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” y frecuentaban a diario el Templo, “partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón”, “alababan a Dios” y “cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse”.
Es por esta razón que se considera que el día del Pentecostés marcó el inicio visible de la misión evangelizadora de los Apóstoles y se le señala como el del nacimiento de la Iglesia católica y el primer paso para que las enseñanzas de Jesús se extendiera por todos los rincones del mundo.
Tras recibir el poder y los dones del Espíritu Santo, los Apóstoles salieron de inmediato de Jerusalén a predicar el mensaje del Hijo de Dios a todos, incluso a quienes hablaban otros idiomas, a fin de cumplir con el mandato que Jesús Resucitado les dio en Galilea, antes de su Ascensión, y empezar con la expansión mundial de la Iglesia católica.
“Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: ‘Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo’”, se señala en el Evangelio de Mateo (28,16-20).
De este modo, los Apóstoles comenzaron a organizar comunidades cristianas, a bautizar, a celebrar la fracción del pan (la Eucaristía) y a enseñar la doctrina de Cristo, así se consolidó la primera misión de la Iglesia, extenderse desde Jerusalén hasta todos los confines del mundo.
Se considera que los símbolos de Pentecostés son tres:
Durante sus pontificados y con motivo de la celebración de la Solemnidad de Pentecostés, tres Papas se han referido a la relación que existe entre el Pentecostés y el nacimiento de la Iglesia.
El Papa San Juan Pablo II, en su Audiencia General del 30 de agosto de 1989, señaló que “la existencia de la Iglesia se hizo patente el día de Pentecostés, cuando vino el Espíritu Santo y los Apóstoles comenzaron a ‘dar testimonio’ del misterio pascual de Cristo. Podemos hablar de este hecho como de un nacimiento de la Iglesia”.
“En la Encíclica Dominum et Vivificantem escribí: ‘La era de la Iglesia empezó con la ‘venida’, es decir, con la bajada del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo de Jerusalén junto con María, la Madre del Señor. Dicha era empezó en el momento en que las promesas y las profecías, que explícitamente se referían al Paráclito, el Espíritu de la verdad, comenzaron a verificarse con toda su fuerza y evidencia sobre los Apóstoles, determinando así el nacimiento de la Iglesia…”, precisó Juan Pablo II.
Por su parte, el Papa Benedicto XVI comentó, en su Homilía del 11 de mayo de 2008, que en el acontecimiento de Pentecostés “San Lucas quiere transmitir claramente una idea fundamental: en el acto mismo de su nacimiento la Iglesia ya es ‘católica’, universal”, porque el Evangelio que se le ha confiado está destinado a todos los pueblos, según la voluntad y el mandato de Cristo resucitado (cf. Mt 28, 19).
“La Iglesia que nace en Pentecostés, ante todo, no es una comunidad particular —la Iglesia de Jerusalén—, sino la Iglesia universal, que habla las lenguas de todos los pueblos. De ella nacerán luego otras comunidades en todas las partes del mundo, Iglesias particulares que son todas y siempre tienen actuaciones de una sola y única Iglesia de Cristo”, destacó Benedicto XVI.
Finalmente, el Papa Francisco aseveró en la Homilía del 5 de junio de 2022, que “el Espíritu nos quiere juntos, nos funda como Iglesia y hoy enseña a la Iglesia cómo caminar. Los discípulos estaban escondidos en el Cenáculo, después el Espíritu descendió e hizo que salieran. Sin el Espíritu estaban encerrados en ellos mismos, con el Espíritu se abrieron a todos”.
“En cada época, el Espíritu le da vuelta a nuestros esquemas y nos abre a su novedad. Hay siempre una novedad que es la novedad del Espíritu Santo; siempre enseña a la Iglesia la necesidad vital de salir, la exigencia fisiológica de anunciar, de no quedarse encerrada en sí misma, de no ser un rebaño que refuerza el recinto, sino un prado abierto para que todos puedan alimentarse de la belleza de Dios, nos enseña a ser una casa acogedora sin muros divisorios”, puntualizó Francisco.
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