Algunas iglesias catedrales europeas, principalmente las medievales, como la de Chartres, en Francia, tienen en el piso laberintos, generalmente trazados con losetas de mármol, y por extraño que parezca, algunas de las penitencias que daban los sacerdotes consistían en meterse en ellos y reflexionar sobre la importancia de buscar a toda prueba la verdad evangélica y la virtud.
Los penitentes recorrían de rodillas los laberintos en las iglesias mientras rezaban, y se consideraba una penitencia que daba grandes indulgencias, tantas como una peregrinación a Tierra Santa.
Los laberintos iban más allá de la diversión o la capacidad e ingenio para salir de ellos, ejemplificaban la existencia misma, que nos lleva por caminos distintos, y a veces nos hace tropezar. El camino va entre el bien y el mal, tiene varias bifurcaciones, los errores se pagan con la perdición, y solo la perseverancia conduce a un feliz final.
Algunas de las catedrales que aún tienen laberintos en su interior son las de Reims, Amiens, San Quintín y Saint-Omer, y hay más modernas, como la Catedral de San Francisco, en California, y en la Sagrada Familia de Barcelona donde hay uno representado sobre un muro.
Los laberintos ya eran mencionados por el historiador griego Heródoto y el escritor romano Plinio en sus relatos mitológicos. En el siglo IV, la Basílica de San Reparato en Argelia era una de las más antiguas que tenían laberintos.
En Grecia, el más famoso de todos era el de Cnosos, en la isla de Creta, al punto de que algunas de sus monedas tenían su representación. De acuerdo con la mitología, en su interior vivía el Minotauro, hijo de Pasifae y del Toro de Creta, y allí fue encerrado en una construcción que hizo Dédalo. El Minotauro era peligroso. Solo comía carne humana, razón por la que le llevaban doncellas anualmente para su sacrificio.
Pero en esta historia hubo un héroe, Teseo, y una heroína, Ariadna, hija del rey de la isla, quien le entregó un largo ovillo para que el hilo lo ayudara a salir del laberinto, una vez que matara al Minotauro, que era mitad hombre y mitad toro. El hilo, en cierta forma, representa a los Sacramentos que ayudan al hombre a abandonar el enredado mundo del pecado, de modo que los laberintos contienen una amplia explicación religiosa.
Los laberintos también simbolizaban la peregrinación a Tierra Santa para quienes no podían viajar a Jerusalén, y esta costumbre data del siglo XVII.
Al paso de los años, se construyeron laberintos en bellos jardines palaciegos, y con arbustos de considerable altura, se convirtieron en objeto de diversión y romance, sin embargo, detrás de ellos, están aquellos pisos de las catedrales que a veces la gente recorría de rodillas en medio de rezos y una intensa búsqueda de Dios.
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