La pregunta de por qué Dios permite el sufrimiento es una de las cuestiones más antiguas y profundas en la teología y la filosofía religiosa. Muchas personas se preguntan esto al ver que ocurren tantas tragedias como las guerras, genocidios, incendios, inundaciones, huracanes, el abuso de poder, entre otras circunstancias que dañan o ponen en peligro la vida de personas inocentes que las padecen.
Por ello, para responder a esta pregunta conviene establecer claramente estos principios de nuestra fe:
1.- Dios es amor, es más, Dios es el Amor mismo.
2.- Dios creó al hombre en un acto de su “libérrima voluntad” -así dice el Catecismo- (es decir, en su total y absoluta libertad) para hacerlo partícipe de su amor eterno y de su fidelidad infinita.
3.- Dios creó todo los demás como ayuda para el hombre y alcance el fin para el que fue creado.
4.- Dios quiere establecer con el hombre una relación de amor, pero para que sea una verdadera relación de amor tiene que haber dos ingredientes indispensables:
De parte de Dios: su amor hacia el hombre es el mismo por el cual lo creó, el amor de Dios es totalmente libre y desinteresado, es decir, Dios ama al hombre sin más razón que su amor. Por parte del hombre: Dios le dio la libertad para que fuera capaz de realizar el amor pleno a semejanza del amor divino, es decir, Dios le dio al hombre la libertad para amar, por eso, sólo cuando el hombre ama plenamente es auténticamente libre.
Pero ahí es donde está el detalle, pues el hombre tiene en su mente y en su corazón una especie de tatuaje no puesto por Dios, que parece que no se puede quitar, pero que sí se quita, y ese tatuaje es una idea fija, un prejuicio, una idea preconcebida, una mentira inventada por el Demonio y que el hombre de todos los tiempos ni se cuestiona, es más, es el punto de partida de su mentalidad y de su actuar.
Como decía, parece un tatuaje, pero si te fijas bien, no lo es, es más bien una calcomanía que sí se puede quitar, y me refiero a un principio universal que no es un principio universal, porque como decía, a la base está su verdad, y su verdad es que es una mentira disfrazada de verdad y es esta: La libertad es la capacidad de elegir entre el bien y el mal. ¡Nooooo! Ahí comienza todo.
La libertad, como decía más arriba, es sólo para amar, y que el engañado crea que se es libre escogiendo el mal, pues, no sólo no es libre, por el contrario, elige el final de su vida, porque el mal siempre lleva irremediablemente a la muerte, de a poquito, lentamente, y el lento pero seguro camino a la muerte trae consigo sus inseparables compañeros: dolor, tristeza, amargura, frustración, vacío, sinsentido, soledad, desesperación, fracaso.
Lo explico con un ejemplo: tienes delante de ti un vaso de agua con un veneno letal, tú sabes que el agua de ese vaso está envenenada, el engaño sería comenzar por preguntarte “¿Beberé ese vaso de agua?” y es un engaño porque si tú sabes que está envenenada, por mucha sed que tengas ni siquiera te preguntas si es opción beberla, simplemente no la bebes y ya, porque tienes la plena conciencia de que el veneno mata y que, por lo tanto, si bebes ese vaso de agua envenenada, morirás.
Esto tan simple que estoy diciendo está a la base de todo el mal, porque mientras el ser humano siga pensando o creyendo (y justificando una y otra vez su error) que elegir el mal es un acto libre, pues se seguirá equivocando y su decisión por el mal y sus terribles consecuencias lo han perseguido, lo persiguen y lo perseguirán.
Todas las terribles consecuencias del mal que hace el hombre se traducen en todo el dolor y el sufrimiento que soportamos, sea por el mal que hago yo, sea por el mal que hacen otros y que me toca a mí, aunque sea inocente del mal que otros hacen, como los demás también son tocados por el mal que yo hago (aunque sea en lo oscurito y donde nadie me vea).
A pesar de que Dios le dio al hombre la libertad, y se la dio para amar, es decir, para hacer el bien, y el hombre siga convencido de que el mal es opción, de que el mal es elegible y de hecho lo elige, Dios no le va a quitar la libertad, es más, la va respetar, porque ese engaño de origen, que parece un tatuaje es en realidad una calcomanía, o dicho de forma más propia, podemos convertirnos de esa mentalidad equivocada (este es el sentido propio de la expresión metanoia), podemos desenmascarar esa mentira y quitarnos de la cabeza que el mal es opción, que el mal se elige y que más bien nos convenzamos que la libertad sólo es tal cuando se encamina hacia el amor, cuando se elige entre un bien y otro bien.
Mientras sigamos con el engaño de que la libertad consiste en elegir entre el bien y el mal, pues, bienvenido el dolor, la tristeza, la frustración, la violencia, la guerra y etcétera, etcétera, etcétera. Dios permite el mal no por el mal mismo, sino por la simple y llana razón de que Dios le va a respetar al hombre su libertad, y mientras sigamos con el engaño ya señalado, el mal seguirá haciendo su fiestecita entre nosotros.
Puedes leer: ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante el mal?, según el Papa Francisco
De todos modos, Dios no se quedó con las manos cruzadas, no iba a permitir que su plan de amor se echara a perder, así que puso un remedio: enseñar al hombre a amar, mostrarle al hombre el camino hacia la libertad. ¿Cómo lo hizo? Envió a su amadísimo hijo unigénito quien nos dio cátedra, ¿cómo? Todo su Evangelio es el camino del amor, el camino de la libertad y, para que no quedara en letra bonita ni en discurso persuasivo, su misma existencia humana fue la realización de su Evangelio, es decir, su encarnación responde a un acto libre de amor del Verbo que dijo en la eternidad “Aquí estoy, Señor, para cumplir tu voluntad”.
Y luego en el Getsemaní “…no se haga mi voluntad, sino la tuya”, y finalmente en la cruz, donde resplandeció el amor del Padre en su Hijo Jesucristo, “Todo está cumplido”, y así, no sólo nos enseña a elegir con verdadera libertad, incluso toma las consecuencias del mal hecho por el hombre, lo asume y lo redime; de esta manera, Dios responde a la pregunta que le hacemos sobre por qué permite el mal, y también nos muestra lo que hace con lo que el hombre deshace y hecha a perder por el mal uso de su libertad.
Por eso, repito, a pesar de todo el mal que hacemos, Dios no nos va a quitar ese don fundamental porque, con el don del Espíritu Santo que siempre nos asiste, siempre estará buscando la mirada del hombre para que vea la verdad y descubra el engaño, para que se eduque en el amor y camine por la plena libertad: esta es su misericordia eterna y fiel, siempre le dará al hombre la oportunidad de reemprender el camino, mientras tanto, mientras no aprendamos y le entremos al juego falaz del libertinaje, seguiremos cosechando el mal que sembramos, el problema es que nos llevamos a inocentes entre las patas, pero bueno, para eso también Dios tiene respuesta, pero eso es consideración de otro sermoncito como este, pero lo dejo para después.
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