Gran número de las higueras que existen en México provienen de la legendaria higuera de san Felipe de Jesús, ya que de ésta se sacaron acodos para multiplicar el arbusto en Nueva España.
El padre Luis Felipe García, canónigo de la Basílica de Guadalupe y quien por años ha estudiado la vida de san Felipe de Jesús, dio a conocer en una conferencia de prensa en la Catedral de México en 2012 que la higuera del santo fue llevada de Tierra Santa a España, y de allí a México.
El traslado de la planta a nuestra patria lo hicieron los padres del santo, Alonso de las Casas (emparentado con Fr. Bartolomé de las Casas), originario de Toledo, y Antonia Ruiz Martínez, de Salamanca.
En realidad, eran dos higueras, una que fue plantada en el patio de la casa paterna de san Felipe, y la otra fue un obsequio de Alonso de las Casas al Palacio Virreinal. Ambas, con los años, se secaron, pero de sus acodos provienen la mayor parte de las higueras de México.
El especialista explicó que una de las razones por las cuales los padres de san Felipe no cortaron la higuera del patio familiar, a pesar de que parecía seca como dice la leyenda, es porque provenía de Tierra Santa, por lo tanto, era considerada una especie de reliquia.
Se dice que Felipe era un niño inquieto y en su infancia tenía una nana negra, a usanza de esa época, que era víctima de todas sus travesuras, pero que lo amaba a pesar de todo.
Cuentan que la mamá de Felipe, exasperada por las travesuras de su hijo, exclamaba: “¡Ay mi Felipillo santo!”. Y la nana contestaba: “¿Felipillo santo?; ¡cuando la higuera reverdezca!”
El joven inquieto ingresó al noviciado franciscano, pero lo abandonó. Después su padre lo envió a Filipinas para que se dedicara al comercio, allá reconsideró su vocación y volvió a la orden franciscana.
Felipe recibió el ofrecimiento de terminar sus estudios en México y se embarcó con otros frailes hacia el país, pero una tormenta los desvió hacia Japón donde se dedicaron a hacer misión.
Taicosama era emperador de Japón cuando Felipe naufragó en sus costas. Este emperador estaba decidido a erradicar el cristianismo y en 1587 ordenó la expulsión de los jesuitas.
Pero los misioneros decidieron no abandonar a sus comunidades apenas nacientes. En 1593 recibieron el refuerzo de quince franciscanos españoles. El emperador tomó esto como un reto y en 1596 mandó matar a todos los cristianos.
Arrestaron a 24 cristianos: tres hermanos jesuitas japoneses presididos por Pablo Miki; tres sacerdotes franciscanos, tres frailes, entre ellos Felipe; y quince laicos terciarios franciscanos.
Durante semanas fueron llevados de pueblo en pueblo y maltratados para escarmiento de los posibles simpatizantes del cristianismo. Finalmente fueron llevados a Nagasaki en donde fueron crucificados de cara al mar el 5 de febrero de 1597.
Cuentan que en la casa paterna, la nana negra de Felipe entró llena de gozo a la casa gritando “¡Felipillo santo, Felipillo santo!”
La higuera había reverdecido.
Con información de Carlos Villa Roiz y del padre Sergio Román del Real.
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