El Pésame a la Virgen María ha sido reconocido por la Iglesia como una expresión legítima de la fe. Diseño Valeria Picón.
El Pésame a la Virgen es una devoción profundamente arraigada en la religiosidad popular católica, especialmente durante el Viernes Santo de la Pasión del Señor y representa un momento piadoso en el que los fieles acompañamos a la Santísima Virgen María en su dolor por la muerte de su Hijo Jesucristo.
Aunque no forma parte del rito Litúrgico del Triduo Pascual establecido en el Misal Romano, el Pésame a la Virgen ha sido reconocido por la Iglesia como una expresión legítima de la fe, en concordancia con lo que el Catecismo de la Iglesia Católica enseña sobre la veneración a María, especialmente en su papel como Madre Dolorosa.
“La Bienaventurada Virgen María avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado”. (CEC 964).
De esta manera, el Pésame a la Virgen es una de las expresiones más conmovedoras del amor del pueblo católico hacia la Madre de Dios, que está profundamente enraizada en la espiritualidad mariana y complementa el camino de la fe que nos conduce a la Resurrección.
El Pésame a la Virgen es una expresión de consuelo y solidaridad hacia la Virgen María, la Madre de Jesús, durante la Semana Santa, y es una tradición que destaca la importancia de María al pie de la Cruz, un día de reflexión profunda sobre el sacrificio de Cristo y el dolor de una madre.
En Sermón y la reflexión que se ofrecen este día generalmente son sobre el dolor de la Madre ante su Hijo Jesús, clavado y muerto en la Cruz, unido a oraciones y rezos; la entonación de cantos y reflexiones sobre el dolor de María, por lo que la reflexión y oración puede incluir la lectura de pasajes bíblicos relacionados con la Pasión de Jesús y la presencia de Nuestra Santa Madre al pie de la cruz.
El Pésame a la Virgen se celebra tradicionalmente en la noche del Viernes Santo, después de la Liturgia de la Pasión del Señor, aunque en algunas regiones puede realizarse en la madrugada del Sábado Santo.
Esta devoción surge de la meditación sobre el dolor de la Virgen María al contemplar el cuerpo sin vida de Jesús en y tras su crucifixión, un momento que ha sido profundamente representado en el arte, la liturgia y la espiritualidad de la Iglesia.
Incluso el Papa San Juan Pablo II, en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (2002), destacó el papel fundamental que tuvo la Virgen María en el misterio pascual, así como su sufrimiento compartido con Cristo.
El Pésame a la Virgen no tiene un origen oficial dentro de la liturgia romana, sin embargo, su práctica se remonta a tradiciones populares del siglo XVI, promovidas por congregaciones como los Siervos de María, quienes difundieron la devoción a Nuestra Señora de los Dolores.
Con el paso de los siglos, esta práctica fue incorporándose a la religiosidad de muchos pueblos, especialmente en Hispanoamérica, como un acto complementario a la liturgia del Viernes Santo, para expresar el amor y la cercanía del pueblo fiel a la Madre de Dios en su soledad.
El Pésame a la Virgen consiste en un acto devocional que varía según la región, pero que generalmente incluye:
El Sermón del Pésame a la Virgen es presidido habitualmente por el párroco o algún sacerdote delegado, aunque en algunos casos puede ser dirigido por diáconos o religiosos.
Participan principalmente los fieles laicos, comunidades parroquiales, cofradías, grupos marianos y familias, ya que es un momento de encuentro comunitario y espiritual, donde se expresa la unión con la Virgen María en el misterio de la Cruz.
Algunas Diócesis, especialmente en América Latina y España, organizan el Pésame a la Virgen como una celebración comunitaria que incluye a niños y jóvenes, como parte de la catequesis sobre la Semana Santa.
La participación de los fieles en el Pésame a la Virgen es activa y profundamente espiritual, ya que muchas personas acuden, solas o con sus familias, a la iglesia para:
Cabe recordar que en varias ocasiones el Papa Francisco ha recordado la importancia de acompañar a la Virgen María en su dolor como una forma de vivir más intensamente el misterio de la Cruz, especialmente en el contexto del Triduo Pascual.
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