“Espejo de la Justicia”, “Trono de la Sabiduría”, “Vaso Insigne de Devoción”, “Puerta del Cielo” y “Arca de la Alianza”, son sólo algunos de los títulos con que se le conoce a la Virgen María en todo el mundo. Pero, ¿qué significan?
Compuestas en Loreto, estas preciosas formas de referirse a la Madre de Dios fueron aprobadas en el año 1587, gozan de un profundo significado y suelen meditarse al final de la oración cristocéntrica por excelencia, el Santo Rosario.
Con el tiempo, varios Pontífices han incorporado nuevas invocaciones. Al hacerlo, algunos de ellos le dedicaron bellísimos escritos cargados de extraordinario afecto y excepcional devoción a la Virgen María:
León XIII, quien llamó a refugiarse “bajo la égida de María y ampararse a su maternal bondad”, gustaba de suplicar su intercesión dirigiéndose a ella como “Reina de los Cielos”.
Escribió uno de los más hermosos y emotivos llamamientos a rezar el Rosario. También añadió dos letanías: “Madre del Buen Consejo” y “Reina del Santísimo Rosario”.
El Papa Pío IX, por su parte, agregó: “Reina concebida sin pecado original”. Lo hizo tras proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción de María el 8 de diciembre del año 1854, mientras que Benedicto XV -reinante durante la I Guerra Mundial- incorporó: “Madre de la paz”.
Pío XII no sólo añadió una letanía. Sostuvo que “si María tuvo parte en la obra del Mesías y fue preservada del pecado por los méritos del Hijo, su participación quedaría parcial e incompleta sin una glorificación corporal”.
En este sentido, el Sumo Pontífice proclamó el dogma que recordamos al llamarla “Reina asunta a los Cielos”.
Tiempo después, Pablo VI la saludó como: “Madre de la Iglesia”, mientras que Juan Pablo II se dirigió a ella como “Reina de la familia”.
Más recientemente, en 2020, el Papa Francisco añadió tres invocaciones: “Madre de Misericordia”, “Madre de Esperanza” y “Consuelo de los migrantes”.
Hace exactamente 140 años, escribiría León XIII que tanto la historia antigua como la moderna, “y los fastos más memorables de la Iglesia recuerdan las preces públicas y privadas dirigidas a la Virgen Santísima, como los auxilios concedidos por Ella; e igualmente en muchas circunstancias la paz y tranquilidad pública obtenidas por su intercesión”.
“De ahí estos excelentes títulos de Auxiliadora, Bienhechora y Consoladora de los cristianos; Reina de los ejércitos y Dispensadora de la paz, con que se la ha saludado”.
Sin embargo, dirá el Pontífice, entre aquellos títulos “es muy especialmente digno de mención el de Santísimo Rosario, por el cual han sido consagrados perpetuamente los insignes beneficios que le debe la cristiandad”.
Más tarde, hará un renovado llamado el Papa Juan Pablo II a unirse en oración en torno a esta preciosa devoción mariana. Y lo hará desde América Latina el domingo 5 de abril de 1987 durante su visita a Chile.
En sus palabras, el santo explicaría que a la Virgen se le llama “Arca de la Nueva Alianza” tras hacer suyas las palabras de Isabel, una vez llena del Espíritu Santo: “Es bendito el fruto de tu vientre, Jesús”.
“María ha llevado en su seno al Hijo de Dios encarnado, autor y mediador de la nueva y eterna Alianza. Por esto, tantos cristianos la aclaman a diario” con esa invocación.
Sostuvo igualmente que “es fuente de vida cristiana profunda”, e invitó a rezarlo a diario, “solos o en familia, repitiendo con gran fe esas oraciones fundamentales del cristiano que son el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria”.
“Mediten esas escenas de la vida de Jesús y de María que nos recuerdan los misterios de gozo, dolor y gloria. Aprenderán así en los misterios gozosos a pensar en Jesús que se hizo pobre y pequeño: ¡un niño! por nosotros”.
“En los misterios dolorosos se darán cuenta de que aceptar con docilidad y amor los sufrimientos de esta vida –como Cristo en su Pasión–, lleva a la felicidad y alegría, que se expresa en los misterios gloriosos de Cristo y de María a la espera de la vida eterna”.
La Virgen también es llamada “Puerta del Cielo”. Al respecto, el Cardenal John Henry Newman explica en sus Meditaciones sobre las Letanías de Loreto, que María es llamada así, “porque el Señor pasó a través de ella cuando desde el cielo bajó a la tierra”.
El santo recuerda también que “ella tuvo un lugar en la economía de la Redención; se cumple en su espíritu y voluntad”. En conclusión, “fue por su consentimiento como se convirtió en la Puerta del Cielo”.
En palabras del popular converso al catolicismo, María es espejo de santidad y bondad a un nivel sobrenatural, pues un espejo es una superficie que refleja como el agua tranquila.
Y qué reflejaba, preguntará Newman: “Reflejaba a nuestro Señor, pero Él es la santidad infinita. Ella, entonces, en la medida en que una criatura podía, refleja su santidad divina, y por lo tanto ella es el espejo de la santidad, o, como dicen las letanías, de la (perfecta) justicia”.
Se le denomina así porque el Hijo de Dios -llamado en la Escritura “Verbo y Sabiduría de Dios”- habitó en ella, y tras nacer, fue llevado en sus brazos y sentado en su regazo durante sus primeros años. Explicará el santo que, en un modo de decir, fue “trono humano de Aquel que reina en el cielo”.
Ella llegó al punto de olvidarse de sí misma en el amor por Él, algo que “se ejemplifica en San Pablo”, quien afirmaría: ‘Vivo, pero ahora no yo, sino es Cristo quien vive en mí’. Sin embargo, por grande que fuese tal devoción a Nuestro Señor, “mucho mayor era la de la Santísima Virgen”.
Como Su Madre, lo tuvo a Él, y todos Sus sufrimientos realmente ante sus ojos, “y porque tuvo la larga intimidad de treinta años con Él, y porque estaba por su santidad especial tan inefablemente cerca de Él en espíritu”, escribirá Newman.
A la Virgen María, dejará muy claro León XIII, “le es sobremanera dulce y agradable conceder su socorro y asistencia a cuantos la pidan. Desde luego, es de esperar que acoja cariñosa las preces de la Iglesia universal” y de las almas que con cariño, respeto y devoción las realicen.
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