Nataly, chica mexicana, tenía 14 años cuando conoció a un joven de 17 en el gimnasio. El muchacho, que era muy carismático, tenía fama de ser agresivo; su pasado era de abandono, drogas y cárcel y, sin embargo, se portaba agradable y simpático con ella.
Un día, el joven la invitó a salir y la llevó a un lugar oscuro donde la besó a la fuerza. Ella, disgustada, no quiso saber nada de él. Tiempo después lo volvió a encontrar y él le propuso ir a un lugar “increíble” donde le presentaría a su familia. La llevó caminando hacia un lugar despoblado y ahí la tiró por tierra donde la forzó a tener una relación sexual. Después de la violación ella se sintió profundamente humillada y sucia.
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Sin que ella lo advirtiera, en la oscuridad de su cuerpo, los espermatozoides del violador hacían su carrera por las trompas de Falopio hasta que uno de ellos penetró en su óvulo. Después de la unión de los gametos se creó un nuevo ser en su vientre, dotado de un ADN diverso al de la madre y con un alma inmortal creada por Dios. Un nuevo ser humano había entrado en la existencia.
Sin saber de su embarazo, la chica se sumergió en una gran tristeza por la experiencia de la violación. Mientras tanto su período menstrual no se presentaba porque el embrión se había instalado en su endometrio donde se alimentaba y crecía. Cuando los padres de la chica se enteraron, lloraron mucho.
Fueron meses dramáticos con muchos días de llanto, de no comer y no dormir. A pesar de todo, la chica quiso tener a su bebé y nunca se arrepintió de ello. La que fue aquella bebé es hoy una linda mujer de 30 años de edad.
El caso de Nataly –cuyo nombre real no se revela– es descrito por “Save the 1” o “Salvar el 1“, una organización pro vida que tiene 450 personas afiliadas que fueron traídas al mundo por violación. El nombre de esa organización se debe justamente a su objetivo, que es salvar del aborto a ese uno por ciento del total de la cifra total de abortos, que son los casos de abortos que se practican por violación.
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Como toda mujer que ha sido violada, Nataly tuvo una experiencia horrible, repugnante y traumática. Sus padres seguramente quisieron ayudarla y lo hicieron. De hecho ellos, no obstante las lágrimas y el coraje, se alegraron con el nacimiento de su nieta. Pero si hubieran querido “ayudarla” llevándola a abortar, ellos hubieran cometido otro horrible, traumático y repugnante acto de violencia contra su hija.
El aborto no puede nunca ser esa ayuda para una mujer que ha sido violada. Es un acto de violencia brutal que se utiliza para resolver otro acto de violencia brutal.
La sociedad en general propone que abortar, en caso de violación, es lo correcto. Se les dice a las víctimas que es algo “por su propio bien”, y que es la mejor solución. Se trata de justificar esta postura con la idea de que debe ser horrible ver la cara del violador en el rostro del hijo, y que ese niño le recordará permanentemente a su madre el día en que la violaron.
A quienes están a favor de esta solución se les olvida de que aquí hay dos víctimas: una mujer traumatizada por la violación, y un niño inocente no nacido a quien se aplica la pena de muerte por una acción que cometió su padre. Mientras que al padre culpable se le condena a la cárcel por su delito, al bebé inocente se le impone la pena capital.
Son muchas las mujeres que han quedado embarazadas como resultado de una violación. Los espermatozoides lo pusieron los violadores y los óvulos, ellas. Así que son madres de esos niños. Aquellas que decidieron dar a luz a sus hijos, han dado testimonio de que con el nacimiento sus heridas sanaron, y de que poder ver y sostener a su bebé les ayudó a recuperarse.
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Ellas perciben que Dios es el único que es capaz de convertir un evento trágico y doloroso en algo muy bueno: un ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Y aunque algunas deciden dar a sus bebés en adopción mientras que otras se quedan con ellos, raramente alguna llega a arrepentirse de haber dado a luz un niño al mundo.
Aquellas mujeres que fueron violadas y que deciden abortar a sus hijos, tienen testimonios muy diferentes. Suelen decir que el dolor por el aborto fue más grave que el dolor por la violación, y que fue mucho más complicado y difícil recuperarse de haber abortado que el haber sido violadas. Afirman que, mientras que la violación no las hizo sentir culpables porque no lo eran, el aborto desató en ellas enormes sentimientos de culpa. (Mary Beth Bonacci, Real love).
Jane Moore, esposa y madre de dos hijos, y quien es una mujer concebida por violación dice en su testimonio: “Doy gracias a Dios a menudo porque no me mataron en el vientre de mi madre. Mi corazón se rompe al pensar que el mundo nunca hubiera conocido el regalo de mis dos maravillosos hijos. ¿Se notaría mi ausencia, o la ausencia de mis descendientes? He hecho cosas maravillosas en mi vida y he conocido y amado a personas increíbles. Me gusta pensar que los he moldeado como ellos me han moldeado a mí”. (blog: Salvar el 1)
La vida es increíble y Dios la regala a todo bebé que crece y se mueve en el vientre de su madre, sin importar de qué manera hemos sido concebidos. Él quiere que todos vean, un día, su luz.
El Pbro. Eduardo Hayen es director de Comunicación Social y coordinador de la Pastoral de la Vida aquí en la Diócesis de Ciudad Juárez. Este texto ha sido publicado previamente en el blog del Pbro. Eduardo Hayen.
Sigue al P. Eduardo Hayen en Twitter: @padrehayen
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