En fidelidad a las Sagradas Escrituras, la Iglesia Católica ha seguido el mandato de Jesús de guardar los 10 Mandamientos de la ley de Dios, es decir, el decálogo que Dios dio a Moisés en el Monte Sinaí.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica que “los 10 mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos”.
A continuación, te presentamos una breve explicación que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica y las referencias bíblicas de cada uno de los 10 Mandamientos:
En la Biblia:
“Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto” (Ex 20, 2-5).
Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto (Mt 4, 10).
Explicación:
El primer mandamiento de la ley de Dios llama al hombre para que crea en Dios, espere en Él y lo ame sobre todas las cosas. Adorar a Dios, orar a Él, ofrecerle el culto que le corresponde, cumplir las promesas y los votos que se le han hecho, son todos ellos actos de la virtud de la religión que constituyen la obediencia al primer mandamiento.
El deber de dar a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado.
En la Biblia:
“No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios” (Ex 20, 7; Dt 5, 11).
“Se dijo a los antepasados: “No perjurarás”… Pues yo os digo que no juréis en modo alguno” (Mt 5, 33-34).
Explicación:
El segundo mandamiento de la ley de Dios prescribe respetar el nombre del Señor. El nombre del Señor es santo; prohíbe todo uso inconveniente del nombre de Dios. La blasfemia consiste en usar de una manera injuriosa el nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de los santos.
En la Biblia:
“Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo” (Ex 20, 8-10; cf Dt 5, 12-15).
«El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es Señor del sábado» (Mc 2, 27-28).
El domingo se distingue expresamente del sábado, al que sucede cronológicamente cada semana, y cuya prescripción litúrgica reemplaza para los cristianos.
Nos dice el Código de Derecho Canónico: El domingo, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto.
Igualmente deben observarse los días de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos.
En la Biblia:
“Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20, 12).
“Vivía sujeto a ellos” (Lc 2, 51).
El Señor Jesús recordó también la fuerza de este “mandamiento de Dios” (Mc 7, 8 -13). El apóstol enseña: “Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra» (Ef 6, 1-3; cf Dt 5 16).
Explicación:
De conformidad con el cuarto mandamiento de la ley de Dios, Dios quiere que, después que a Él, honremos a nuestros padres y a los que Él reviste de autoridad para nuestro bien.
En la Biblia:
“No matarás” (Ex 20, 13).
“Habéis oído que se dijo a los antepasados: “No matarás”; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 21-22).
Explicación:
Toda vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte, es sagrada, pues la persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y semejanza del Dios vivo y santo. Causar la muerte a un ser humano es gravemente contrario a la dignidad de la persona y a la santidad del Creador.
En la Biblia:
“No cometerás adulterio” (Ex 20, 14; Dt 5, 17).
“Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28).
Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad personal de manera idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer, corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual. Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una vida casta, cada uno según su estado de vida.
La Tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como referido a la globalidad de la sexualidad humana.
En la Biblia:
“No robarás” (Ex 20, 15; Dt 5,19).
“No robarás” (Mt 19, 18).
Explicación:
El séptimo mandamiento de la ley de Dios prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes. Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige el respeto del destino universal de los bienes y del derecho de propiedad privada. La vida cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a la caridad fraterna los bienes de este mundo.
En la Biblia:
“No darás testimonio falso contra tu prójimo” (Ex 20, 16).
“Se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos” (Mt 5, 33).
Explicación:
El octavo mandamiento de la ley de Dios prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socavan las bases de la Alianza.
En la Biblia:
“No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo” (Ex 20, 17).
“El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 28).
Explicación:
El noveno mandamiento de la ley de Dios pone en guardia contra el desorden o concupiscencia de la carne, que pasa por la purificación del corazón y por la práctica de la templanza. La pureza del corazón nos alcanzará el ver a Dios: nos da desde ahora la capacidad de ver según Dios todas las cosas. La purificación del corazón es imposible sin la oración, la práctica de la castidad y la pureza de intención y de mirada.
La pureza del corazón requiere el pudor, que es paciencia, modestia y discreción. El pudor preserva la intimidad de la persona.
En la Biblia:
«No codiciarás […] nada que […] sea de tu prójimo» (Ex 20, 17).
«No desearás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo» (Dt 5, 21).
«Donde […] esté tu tesoro, allí estará también tu corazón » (Mt 6, 21).
Explicación:
El décimo mandamiento de la ley de Dios desdobla y completa el noveno, que versa sobre la concupiscencia de la carne. Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del robo, de la rapiña y del fraude, prohibidos por el séptimo mandamiento. La “concupiscencia de los ojos” (cf 1 Jn 2, 16) lleva a la violencia y la injusticia prohibidas por el quinto precepto (cf Mi 2, 2). La codicia tiene su origen, como la fornicación, en la idolatría condenada en las tres primeras prescripciones de la ley (cf Sb 14, 12). El décimo mandamiento se refiere a la intención del corazón; resume, con el noveno, todos los preceptos de la Ley.
Con información del Catecismo de la Iglesia Católica.
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