¿Qué es la resurrección de los muertos? ¿Cómo y cuándo será la resurrección de los muertos? Para comprender este tema, es importante reflexionar antes sobre la muerte.
Nadie puede narrar la experiencia de su propia muerte, pero casi todos podríamos hablar de la experiencia de la muerte de un ser querido.
Cuando sucede hay muchas cosas que nos preocupan: desde luego, la ausencia dolorosa y el cambio de las circunstancias de nuestra vida; la viudez o la orfandad son realidades muy duras de afrontar en lo afectivo y en lo económico.
Pero también nos preocupa el destino final, en la otra vida, de nuestros seres queridos. Nos preocupa su salvación eterna. A los esposos enamorados les preocupa si en la otra vida seguirán amándose como en ésta, si estarán juntos, si se reconocerán.
La fe es la confianza en Dios. Es aceptar una realidad que no vemos porque tenemos confianza en Dios que nos la dice. Y en todo lo que toca a la otra vida solamente podemos usar la fe, regalo de Dios, para aceptarlo y vivirlo.
Por la fe sabemos que hay un Dios que es paternalmente amoroso, aunque también es justo, y podemos confiar en que su clemencia va sobre todo, menos sobre la libertad humana, único límite a la omnipotencia divina.
Creemos en esa tierra prometida que es el Cielo, herencia ganada por Jesús con un amor tan grande que lo llevó a la muerte. El Cielo es para nosotros la plenitud y la realización de la felicidad para la que fuimos creados.
Y en el cielo hay amor. Nuestros mismos amores temporales purificados y acrecentados por el amor a Dios y por el amor de Dios.
Libérense los enamorados esposos de la preocupación de que si en el cielo se seguirán amando o ya no. ¡El amor no pasa nunca!
Cuando Jesús nos dice que en el Cielo serán como ángeles y que no habrá esposos, nos quiere decir que el amor de los santos ya no es físico ni sensible, trasciende a lo corporal y se hace plenamente espiritual. Y esto ustedes lo han experimentado de alguna manera ya desde esta vida en la medida en que pasan los años y sienten que su amor conyugal va más allá del cuerpo.
La Iglesia en la liturgia de difuntos expresa la esperanza de que algún día nos reunamos con los seres queridos que se nos adelantaron en el viaje a la tierra prometida.
La fe es una respuesta a nuestras inquietudes sobre la otra vida y, además, engendra y fortalece otra virtud: la esperanza.
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La esperanza es una virtud, regalo divino desde el Bautismo, que nos hace confiar en que alcanzaremos lo que se nos ha prometido. Nos hace ver la realidad futura como una realidad que podemos comenzar a vivir desde nuestro presente. Y eso nos llena de alegría. Y eso aleja la tristeza y enjuga nuestras lágrimas.
Somos peregrinos rumbo al Cielo. De pronto, nuestro ser querido se nos adelanta y una curva del camino lo oculta a nuestra vista; pero sabemos que cuando lleguemos nosotros a la misma curva lo volveremos a ver y a caminar juntos con él.
La esperanza nos hace ir por este mundo con los pies bien asentados en la tierra, pero con los ojos puestos en el horizonte, en espera de ver surgir, de pronto, cuando menos lo esperemos, la Ciudad Celestial.
Es importante la resurrección de Cristo y la resurrección de cada uno de nosotros al final de los tiempos. Es el detalle final del amor de Dios a los hombres.
Fuimos hechos cuerpo y alma como una realidad única e inseparable. Esa es nuestra esencia. La muerte cruelmente destruye nuestro cuerpo y la separación es dolorosa. Las almas de los difuntos no alcanzarán su perfección hasta que regresen a su mismo cuerpo resucitado. Son seres incompletos.
Jesús ya venció a la muerte en su propia resurrección y se constituye, así, en primicia de la humanidad resucitada.
Al final de los tiempos vencerá definitivamente al enemigo ancestral que es la muerte, y entonces ya no habrá más muerte ni dolor. Jesús reinará sobre todo el universo sometido a su amoroso mandato.
Eso creemos los cristianos y celebramos esa fe en cada una de las Misas que son, precisamente, anuncio de la muerte y de la resurrección de Jesús, y ansiosa petición del pueblo de Dios de que Jesús regrese para que se cumpla lo que esperamos: la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro.
Por eso san Pablo escribe a los Tesalonicenses diciéndoles que no es bueno que ellos se pongan tristes ante la muerte, como aquellos que no tienen esperanza.
Y nosotros sabemos qué es lo que sucede con nuestros muertos, y por eso esperamos.
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