La ya cercana beatificación de la Venerable Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida es un gran regalo de Dios para la Iglesia universal, para las diversas obras apostólicas e institutos que constituyen la “Familia de la Cruz” y para la Arquidiócesis Primada de México, pues Conchita vivió una parte significativa de su vida en la Ciudad de México, murió en ella, y en ella se encuentran sus restos mortales, los cuales a partir de su beatificación adquirirán la condición de reliquias. Además, fue en la Arquidiócesis de México donde se realizó el proceso diocesano de investigación en orden a la beatificación y canonización de la Sierva de Dios.
La Iglesia, fiel a la doctrina de nuestro Señor Jesucristo, nos enseña que todos los cristianos estamos llamados a vivir la santidad, cualquiera que sea nuestro estado de vida y nuestra vocación específica. Así lo ha recordado el Papa Francisco en su exhortación apostólica, Gaudete et exultate, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual.
Concepción Cabrera de Armida, desde su condición laical de esposa, madre y abuela, supo responder generosamente a este llamado divino, comprendiendo y viviendo en profundidad su sacerdocio bautismal, y ayudando a muchos otros a vivirlo también, hecho que se concretó en frutos apostólicos que perduran hasta hoy, entre ellos, todos sus escritos espirituales y las diversas obras de la Cruz que tanto bien han hecho, no sólo en nuestra patria, sino en muchas otras partes del mundo.
Las santas y santos, fiel reflejo del amor divino, son los auténticos reformadores y transformadores de la historia y de los pueblos, porque únicamente el amor de Dios es capaz de transformar los corazones y la realidad. Es por eso que en ellos encontramos ejemplo para construir sociedades que estén a la altura de la dignidad y de la vocación humana.
Concepción Cabrera fue una mujer comprometida con los retos de su tiempo. Su amor a Dios y al prójimo, su sentido de Iglesia, su vida de oración y su ímpetu apostólico y misionero, fueron una invaluable aportación para la Iglesia y para el México de su época y lo siguen siendo en la actualidad.
Esto nos recuerda que solamente tratando de vivir en santidad podremos ser eficaces colaboradores del Señor en la evangelización y en la transformación del mundo y de nuestra patria, sobre todo en la encrucijada histórica que nos está tocando vivir, con su compleja problemática, sus desafíos y oportunidades.
Ojalá que los cristianos, alentados por la beatificación de la Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida, recordemos que estamos invitados por Dios a ser santos en el corazón del país, es decir, a vivir genuinamente nuestra fe, amando y sirviendo a nuestros semejantes, siendo fermento del Evangelio en nuestro contexto social, histórico y cultural, enfrentando y respondiendo a las necesidades de nuestro tiempo, como verdaderos discípulos y misioneros de Jesucristo, miembros de una Iglesia en salida evangelizada y evangelizadora que desea seguir contribuyendo a la edificación del mejor proyecto de nación que puede existir: un México en sintonía con el amor de Dios y la buena noticia del Evangelio.
* Por Cango. Luis Manuel Pérez Raygoza: Encargado de la Comisión para las Causas de los Santos en la Arquidiócesis de México.
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