Algunas personas creen que el día 1 de noviembre es día de los difuntos niños y el día 2 el de los adultos. El origen de esa creencia está en la mentalidad prehispánica que creía que los muertos regresaban a la tierra en el noveno mes del calendario solar azteca, correspondiente al inicio del mes de agosto.
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Los vivos organizaban fiestas en su honor dedicando los primeros días a los difuntos niños y los posteriores a los adultos.
Para ayudarles a recordar el camino, les marcaban el camino con luces y flores de vivo color amarillo (cempaxóchitl). Luego los recibían en casa con una ofrenda elaborada con sus alimentos y bebidas favoritas.
La creencia anterior se modificó con la llegada de los misioneros católicos. La fecha de agosto se cambió por la del calendario cristiano que recuerda a los fieles difuntos los días 1 y 2 de noviembre.
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La mezcla de creencias prehispánicas y cristianas causó confusión en algunos, y así surgió la idea equivocada de que los “difuntos chiquitos” visitan la tierra el día 1º y los adultos el día siguiente.
Sin embargo, la Biblia nos enseña que después de la muerte los difuntos inician otra vida distinta en la que ya no necesitan alimento ni bebida.
Al estar cerca de la plenitud de Dios no necesitan viajar como almas tristes, solas y hambrientas.
Por eso, los cristianos podemos poner una ofrenda para rendirles un homenaje, darle gracias a Dios por todo el bien que hicieron en esta tierra y orar por ellos, pero no para que se alimenten y sacien su hambre.
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La ofrenda puede ser un signo de la alegría eterna que gozan ellos y de la comunión que volveremos a tener con ellos en la Vida Eterna.
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