La Cuaresma hace pocos años era todo un acontecimiento para los católicos; se tomaba tan en serio que envolvía en un ambiente especial a toda la familia. Ahora, el sentido de la Cuaresma se ha perdido un poco.
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Antes, los papás reunían a los hijos y les pedían que escogieran un sacrificio que harían durante este tiempo litúrgico. Algunos ofrecían no comer dulces; otros, encargarse de algún quehacer doméstico que les costaba especial trabajo; otros, levantarse temprano.
Desde luego, durante la Cuaresma no asistíamos a fiestas ni a espectáculos y, ya durante la Semana Santa, ni siquiera encendíamos la radio ni cantábamos.
Había comida especial de Cuaresma que, de alguna manera, nos recordaba que debíamos abstenernos de comidas fuera del alcance de los más pobres. La Cuaresma, como un tiempo de preparación para la Pascua, era algo especial; se tomaba en serio.
¿Cómo celebrar nuestra salvación si estamos todavía encadenados por el pecado y el egoísmo? ¿Cómo celebrar la fiesta de la luz si vivimos todavía en oscuridad?
Por eso la Iglesia nos propone este tiempo fuerte de conversión, de arrepentimiento, de reparación, de reconciliación y de gracia (Catecismo de la Iglesia Católica, 1438). Si tomamos en cuenta estos cinco puntos, podemos vivir verdaderamente el sentido de la Cuaresma:
La oración es como respirar para un creyente.
Si los amigos no platican, se acaba la amistad. Si los esposos no dialogan, se enfría el amor. Viven juntos como dos desconocidos.
La Oración es un diálogo con Dios. Debe ser una plática sabrosa en la que nosotros hablamos y él escucha; en la que también él habla y a nosotros nos toca escuchar. Y la oración, como cualquier charla amistosa, exige nuestro tiempo y nuestra privacidad. En este tiempo de Cuaresma sería bueno que buscáramos momentos para estar a solas con Dios; no dejemos la misa dominical y acudamos con mayor frecuencia a la Iglesia.
El ayuno que pide la Iglesia tiene dos sentidos: uno, es una ayuda para poder elevar nuestro espíritu a Dios sin preocuparnos tanto de qué comeremos o qué vestiremos; y otro, es una forma de solidaridad con los más necesitados: lo que yo no me como lo entrego a mis hermanos que tienen hambre.
Leer: ¿por qué no se come carne en Cuaresma?
El ayuno forma el carácter y nos dispone a seguir a Cristo.
Solamente hay dos días obligatorios de ayuno para los mayores de 18 y hasta los 60: el miércoles de ceniza y el viernes santo; pero nosotros podemos ofrecer voluntariamente otros días de ayuno como signo de penitencia.
La abstinencia, al pie de la letra, consiste en no comer carne, exceptuando los mariscos. Es bueno que la cumplamos como la pide la Iglesia porque es la ocasión de dar testimonio de nuestra fe. El obrero que en el comedor de la fábrica rechaza discretamente la carne que le sirven porque es “vigilia”, está dando testimonio de que es católico y de que cumple con su religión. ¡Eso vale mucho! Lo mismo sucede con el estudiante o la secretaria. Están haciendo presente su fe por un medio tan sencillo como no comer carne.
También la abstinencia tiene un sentido social: somos solidarios con los más pobres dándoles lo que nosotros hoy no comemos.
La abstinencia obliga el miércoles de ceniza y los viernes cuaresmales a todos los mayores de 14 años.
Exceptuando el miércoles de ceniza y el viernes santo en los que es obligatoria la abstinencia, los demás viernes se nos permite cambiar la abstinencia por alguna obra de misericordia o de piedad.
Los musulmanes tienen como mandato especial de su religión el dar limosna a los pobres. ¡Nosotros también!
Si un católico no da limosna, no se salva. Dar limosna consiste en compartir lo poquito a mucho que tenemos y que nuestro trabajo nos ha costado, con los más necesitados. Y eso que tenemos puede ser el dinero y los bienes materiales o puede ser nuestro tiempo, lo que sabemos o lo que hacemos.
Un profesional que da su servicio gratuitamente, está dando limosna. La Cuaresma es, pues, tiempo de dar limosna y de hacer obras de misericordia. Visitar a los enfermos, a los presos, ser hospitalario, acompañar al que está solo, consolar, aconsejar, soportar, escuchar… ¡tantas obras buenas que nos exige el vivir de hoy!
El mandamiento de la Iglesia dice: “Confesarse por lo menos una vez al año, por la Cuaresma, o antes si hay peligro de muerte”.
Si la Cuaresma es una invitación al encuentro con Dios, a la conversión y al arrepentimiento, supone también una invitación al Sacramento de la Reconciliación, o de la Confesión, instituido por Cristo para el perdón de los pecados cometidos después del bautismo o de la última confesión.
¡Cuidado con decir “yo me confieso directamente con Dios”.’, porque por algo Jesús quiso dejar a los apóstoles el poder de perdonar los pecados. A los sacerdotes nos toca recibirte como lo haría el mismo Padre Dios y, si estás arrepentido, perdonarte, no en nuestro nombre, sino en el de Dios mismo.
Asiste en tu parroquia a los ejercicios espirituales o busca que en tu casa se haga un centro de reflexión cuaresmal. Es el tiempo propicio de hacer un alto en el camino y evaluar nuestra vida cristiana para crecer en ella.
Dios te espera esta Cuaresma.
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