¿Alguna vez te has preguntado por qué decimos ‘san Juan’, pero decimos ‘santo Tomás’? ¿A qué se debe esa diferencia entre ‘san’ y ‘santo?
Las reglas de ortografía parecen tener algunos gestos caprichosos, pero todo tiene una explicación.
De acuerdo con la Fundación del Español Urgente (Fundéu) para referirnos a los santos varones, en todos los casos se antepone la palabra ‘san’, con excepciones muy específicas: Tomás, Tomé, Toribio y Domingo.
En los cuatro nombres mencionados en el párrafo anterior no se utiliza el apócope (el abreviado ‘san’ cuando nos referimos a un santo) sino la palabra completa ‘santo’. ¿Por qué lo hacemos así? La Fundéu -una institución sin ánimo de lucro que tiene como principal objetivo impulsar el buen uso del español- aclara que se hace así por razones de eufonía.
La eufonía es el efecto acústico agradable que resulta de la combinación de sonidos en una palabra o en una frase. Lo contrario a eufonía es cacofonía, es decir, el efecto acústico desagradable que resulta de la combinación de sonidos poco armónicos.
Secir ‘santo Tomás’ resulta eufónico, nos suena bien. En cambio, ‘san Tomás’ suena un poco raro, pues es cacofónico.
No le decimos ‘San Santiago’ y quienes se refieren al discípulo de Jesús como ‘santo Santiago’ están cometiendo un error, pero ¿por qué es así?
Aquí el asunto no es ortográfico sino lingüístico.
El nombre hebreo de Santiago es Jacob, pero -como sucede con muchos otros nombres- con el correr de los años comenzó a sufrir muchas modificaciones importantes. De Jacob cambió a Iago, Yago, Tiago… y así, de ‘san Tiago’, finalmente pasó a ‘Santiago’.
Así que el nombre de Santiago ya lleva integrada la santidad.
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