José Luis y Greta vivieron un divorcio en su anterior matrimonio. Él procreó dos hijos de su primer relación, y ella no tuvo hijos. Cuando decidieron unirse –hace once años– sabían que no recibirían más a Cristo Eucaristía, lo cual les entristecía, pero aseguran que en varias ocasiones el Señor les hizo saber cuánto los amaba, y aunque sería doloroso no recibirlo más, los “llevaría a seguir encontrándolo en el camino, día a día”.
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Cuando decidieron vivir juntos, ambos compartían la necesidad de poner a Cristo en el centro de su relación; por ello, aunque la ceremonia sólo fue por lo civil, hicieron votos de amor y fidelidad “basados en el amor a Dios”.
Sus directores espirituales los encaminaron al grupo de Divorciados Vueltos a Casar (DVC) que dirigía entonces el padre Alfonso Miranda Guardiola –actual Obispo Auxiliar de Monterrey–, por lo que al regreso de su viaje de bodas, se integraron a esa comunidad en su parroquia.
Un año después, Greta dio a luz a Santiago, “una prueba más del amor de Dios”, afirman ambos.
“El crecimiento que hemos tenido en el grupo DVC –dicen– nos ha permitido descubrir que el dolor que sentimos por no poder recibir a Jesús Eucaristía, puede ser consolado por Cristo mismo, que se nos revela en la oración, en la comunión espiritual y en el hermano herido a través las obras de misericordia”.
El Código de Derecho Canónico de 1917 establece que estas parejas no pueden comulgar. Pero tras el Sínodo de la Familia, en 1980, inició una evolución del tema. Benedicto XVI les permitió tener dirección espiritual y el Papa Francisco ha insistido en que tienen un lugar importante en la Iglesia.
“Si bien no pueden recibir la Comunión sacramental –asegura Mons. Alfonso Miranda Guardiola– sí pueden comulgar espiritualmente y participar de la vida pastoral y espiritual, así como beneficiarse de la riqueza doctrinal y magisterial de la Iglesia. Esta es la óptica desde la cual debe verse el tema”.
Explica que en algunas parroquias, en el momento de la Comunión, los DVC hacen fila para recibir la bendición del sacerdote.
“Cruzan sus brazos sobre el pecho; es una forma de manifestar el respeto a la Eucaristía y a la doctrina y enseñanzas de la Iglesia católica”.
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