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La Biblia dice que el diablo será atado mil años, ¿qué pasará después?

Conoce lo que dicen la Biblia de la intensa lucha entre el bien y el mal, y sobre el triunfo pleno y definitivo de Cristo.

“Luego vi que un Ángel descendía del cielo, llevando en su mano la llave del Abismo y una enorme cadena. Él capturó al Dragón, la antigua Serpiente –que es el Diablo o Satanás– y lo encadenó por mil años”.

Lo afirma el capítulo 20 del Apocalipsis, y a renglón seguido se indica: “Después lo arrojó al Abismo, lo cerró con llave y lo selló, para que el Dragón no pudiera seducir a los pueblos paganos hasta que se cumplieran los mil años. Transcurridos esos mil años, será soltado por un breve tiempo”.

Luego, se nos habla de santos y mártires: “Entonces vi unos tronos, y los que se sentaron en ellos recibieron autoridad para juzgar. También vi las almas de los que habían sido decapitados a causa del testimonio de Jesús y de la Palabra de Dios, y a todos los que no habían adorado a la Bestia ni a su imagen, ni habían recibido su marca en la frente o en la mano. Ellos revivieron y reinaron con Cristo durante mil años”.

¿Qué son 1000 años en la Biblia?

Para comprenderlo, es necesario recordar que la biblia muchas veces revela la verdad a través de símbolos y parábolas. En efecto, varios de estos pasajes observan un carácter enunciativo muy lejano del aspecto literal.

Esta sección muestra que ahora le toca el turno al gran responsable del mal. Y aunque el autor del libro menciona etapas temporales correspondientes a espacios de mil años, ya nos advierte el experto biblista Luis Alonso Schökel que “cualquier intento de interpretar los mil años como un período concreto de la historia queda sin apoyo”.

La visión celeste reitera que el diablo tiene poder sobre aquellos que se dejan seducir por él (Gn 3, 2Cor 11,3), mientras que quienes mantienen su fidelidad a Cristo “reducen al diablo a la impotencia”.

Abunda Schökel que los fieles perseguidos y martirizados por las fuerzas del mal sueñan con el día en que el poder de Dios se manifieste “reprimiendo las fuerzas del mal”. Su poder, simbolizado en este caso en Og y Magog, tras un “breve tiempo” acabará en la ruina. Por su parte, la Iglesia perseguida tendrá una “resurrección y vida nueva, gozando de la paz de Dios por tiempo ilimitado”.

Lucha entre el bien y el mal

Por ende, la Biblia nos muestra etapas de la continua lucha entre el bien y el mal, dejando claro que por períodos podría parecer triunfar el demonio, como se constata en el Jueves Santo, cuando aquel se cree victorioso tras la muerte de Cristo. Pero, no tiene la última palabra.

En este marco, resulta esclarecedor el comentario del papa Juan Pablo II del 10 de mayo de 1998 sobre la revelación que se nos brinda un capítulo más adelante:

«Yo, Juan, vi (…) la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios» (Ap 21, 1-2).

La espléndida visión de la Jerusalén celestial, que la liturgia de la Palabra propone, concluye el libro del Apocalipsis y toda la serie de los libros sagrados que integran la Biblia.

La derrota definitiva del mal

“Con esta grandiosa descripción de la ciudad de Dios, el autor del Apocalipsis indica la derrota definitiva del mal y la realización de la comunión perfecta entre Dios y los hombres. La historia de la salvación, desde el comienzo, tiende precisamente hacia esa meta final”, señala el pontífice.

“Ante la comunidad de los creyentes, llamados a anunciar el Evangelio y a testimoniar su fidelidad a Cristo aun en medio de pruebas de diversos tipos, brilla la meta suprema: la Jerusalén celestial”, agrega.

“Todos nos encaminamos hacia esa meta, en la que ya nos han precedido los santos y los mártires a lo largo de los siglos. En nuestra peregrinación terrena, estos hermanos y hermanas nuestros, que han pasado victoriosos por la «gran tribulación», nos brindan su ejemplo, su estímulo y su aliento”.

También inmersa está la Iglesia, de la que Cristo se declara esposo y cabeza. Ella “prosigue su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios” (san Agustín, De civitate Dei, XVIII, 51, 2). Pero, además, “se siente sostenida y animada por el ejemplo y la comunión de la Iglesia celestial”.

El príncipe de este mundo está juzgado

Sin embargo, esta es la gran certeza de la fe cristiana: “El príncipe de este mundo está ya juzgado” (Jn 16, 11); “Y para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo” (1 Jn 3, 8), como nos atestigua San Juan. Así, pues, Cristo crucificado y resucitado se ha revelado como el ‘más fuerte’ que ha vencido ‘al hombre fuerte’, el diablo, y lo ha destronado”, nos recuerda con énfasis Juan Pablo II (Miércoles 20 de agosto de 1986).

Y reitera que “de la victoria de Cristo sobre el diablo participa la Iglesia: Cristo, en efecto, ha dado a sus discípulos el poder de arrojar los demonios (cf. Mt 10, 1, y paral.; Mc 16, 17). La Iglesia ejercita tal poder victorioso mediante la fe en Cristo y la oración (cf. Mc 9, 29; Mt 17, 19 ss.), que en casos específicos puede asumir la forma del exorcismo”.

“En esta fase histórica de la victoria de Cristo se inscribe el anuncio y el inicio de la victoria final, la parusía, la segunda y definitiva venida de Cristo al final de la historia, venida hacia la cual está proyectada la vida del cristiano”.

La lucha concluirá con la victoria del bien

“También si es verdad que la historia terrena continúa desarrollándose bajo el influjo de ‘aquel espíritu que —como dice San Pablo— ahora actúa en los que son rebeldes’ (Ef 2, 2), los creyentes están llamados a luchar para el definitivo triunfo del bien: “No es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos” (Ef 6, 12).

Advierte además que “la lucha, a medida que se avecina el final, se hace en cierto sentido siempre más violenta, como pone de relieve especialmente el Apocalipsis (cf. Ap 12, 7-9)”.

Pero precisamente este libro acentúa la certeza que nos es dada por toda la Revelación divina: la lucha se concluirá con la definitiva victoria del bien. En aquella victoria, precontenida en el misterio pascual de Cristo, se cumplirá definitivamente el primer anuncio del Génesis, que con un término significativo es llamado proto-Evangelio, con el que Dios amonesta a la serpiente: ‘Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer’ (Gen 3, 15)

“En aquella fase definitiva, completando el misterio de su paterna Providencia, “liberará del poder de las tinieblas” a aquellos que eternamente ha “predestinado en Cristo” y les “transferirá al reino de su Hijo predilecto” (cf. Col 1, 13-14). Entonces el Hijo someterá al Padre también el universo, para que “sea Dios en todas las cosas” (1 Cor 15, 28).

Carlos Zapata

Ex editor de medios católicos con rica experiencia en el desarrollo de contenido SEO, branding y manejo estratégico de plataformas digitales.

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