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Apostasía: ¿qué es y cuáles son las consecuencias espirituales?

La apostasía (apostatar) es el acto por el cual una persona abandona su religión o reniega de su fe. Pero, ¿cuáles son las consecuencias espirituales? Lo primero que debemos saber es que la apostasía puede ser informal o formal.

Apostasía informal

La apostasía informal, que es la más peligrosa, es cuando una persona va entibiando su fe porque no conoce su religión, porque no la practica, porque piensa (y así vive) que la religión es un sistema de creencias que parecen más fantasías que realidades, porque, al final de cuentas, la religión es algo intimista que se vive sólo en lo privado y que la fe no tiene que ver nada con la vida; una persona así, al final se avergüenza de su religión, la vive por conveniencia, la vive superficialmente y termina por renegar de ella.

Apostasía formal

La apostasía formal, en cambio, es cuando una persona, a través de un acto serio manifiesta abiertamente su rechazo a la Iglesia, y que de esta manera la Iglesia se dé por enterada de su decisión.

Para que la apostasía formal pueda realizarse, interpretando los cánones 1086 y 1124 del Código de Derecho Canónico, se requiere que el apóstata manifieste exteriormente la decisión interior de salir de la Iglesia, por ejemplo, a través de una carta y, por último, que una autoridad de la Iglesia reciba la carta para que se asiente en el libro de Bautismos, y así conste esta decisión.

La apostasía es un pecado grave.

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¿Por qué una persona puede llegar a apostatar?

Es muy difícil pensar que una persona apostate formalmente de la fe cristiana sin antes conocerla. El inicio de todo está en el desconocimiento de la fe, pues la experiencia de la fe no es sólo el conocimiento intelectual, sino la experiencia de vida con Cristo.

El Señor enamora, el Señor abraza, el Señor nos lleva a la plenitud: es prácticamente imposible que alguien que conozca a Jesucristo y a su Evangelio lo deje sin más.  En los miembros de la Iglesia hay muchas contradicciones, hay pecados, hay desaciertos, pero una persona que ama a Jesús no usa como pretexto los pecados de la Iglesia para renegar de su fe.

La raíz de una apostasía está en la mediocridad con que se vive la fe: muchas personas siendo ya adultas no se preocupan por educar su fe, lo poco que tienen en el corazón es lo que medio aprendieron en el catecismo; por eso en su edad madura, su fe es infantil y hasta fantasiosa.

Hay otras personas que se dejan llevar más por lo que se dice de la Iglesia que de lo que en verdad ocurre en ella; otros se unen a grupos pseudorreligiosos o ideológicos que desprecian a la fe, es decir, grupos que por consigna tienen odio a la fe y cultivan este odio de diversas maneras.

Hay otros que, simplemente, no se toman nada en serio, ni las responsabilidades de su vida, ni sus relaciones con los demás, ni mucho menos su relación con Dios.

Otras razones para apostatar

No dudo que haya alguien que seriamente se plantee abandonar formalmente a la Iglesia y que tenga razones, pero éstas no tienen que ver con un sentido religioso, sino por otros motivos, como sucede en países europeos; me explico:

En países como Alemania existe el “impuesto de religión”, donde formalmente se debe notificar al gobierno que se tiene una religión y el gobierno exige que se pague un impuesto por ello; ese impuesto se entrega a la religión a la que se manifestó pertenecer y así la religión recibe directamente del gobierno los recursos para gestionarse; hay personas que para no pagar ese impuesto manifiestan ante el gobierno que no tienen religión y de esta manera apostatan formalmente de su fe.

Fuera de este caso, es difícil creer que alguien tenga verdaderos motivos para renegar formalmente de su religión.

La apostasía es un pecado grave.

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¿Puede alguien dejar de pertenecer a la Iglesia?

Apostatar, como ya hemos apuntado, es un acto donde una persona manifiesta formalmente que reniega de su fe, sin embargo, aunque esto se realice es imposible dejar de pertenecer a la Iglesia, pues el don de Bautismo imprime en los bautizados un sello espiritual e indeleble (el carácter sacramental), el cual hace que el bautizado pertenezca a la Iglesia para siempre, y no hay nada ni nadie que pueda romper este vínculo, pues así lo quiso Jesús cuando en la última cena dejó en claro que la Alianza que selló con su Sangre sería “nueva y eterna”; quienes han sido hechos partícipes de esta Nueva Alianza, lo han hecho para siempre.

¿Por qué la apostasía es un grave pecado?

La apostasía es un grave pecado porque renegar de la fe cristiana es una contestación directa a Dios mismo.

La gran diferencia de la fe cristiana con otras religiones es que lo que nosotros sabemos de Dios no viene de la sabiduría humana, de la búsqueda del hombre, de sus sinceros deseos de conocer a Dios y de establecer una relación con él; no, la fe cristiana consiste en lo que Dios ha dicho sobre sí mismo al ser humano, y lo hizo haciéndose hombre, enviando a su Hijo, que es su Verbo, para hablarnos y mostrársenos directamente.

Dios no nos habló a través de nadie ni de nada, lo hizo en persona a través de Jesucristo nuestro Señor, de manera que quien reniega de la fe cristiana a quien contesta directamente es a Dios que nos ha hablado.

El pecado de la apostasía cierra todas las puertas a la gracia. Es como si alguien cerrara las puertas y ventanas de su casa por dentro y con muchos candados, sólo puede abrirse por dentro, y por fuera sólo a la fuerza, como lo hacen los ladrones, pero Dios no es así, no violentará a nadie para entrar en su casa, tampoco es un ladrón: eso sí, insistirá una y otra vez, tocará a la puerta cuantas veces sea necesario, esperando sin cansarse a que se le abra.

Conclusión

Aunque una persona haya renegado de su fe, sea por su tibieza, sea porque formalmente lo ha hecho, no deja de ser miembro de la Iglesia, y la Iglesia como madre, siempre rezará por su conversión.

Dios, por su parte, no dejará de amar a todos sus hijos y siempre usará de todos los recursos conocidos por su infinita sabiduría para ir en busca de la oveja perdida, tocará insistentemente la puerta de quien se la ha cerrado y estará pacientemente a que se le abra.

Eso sí, también forma parte de la Divina Revelación que la misericordia tiene un límite, el límite de la cerrazón humana, y ese límite tiene su momento en la hora de la muerte, la cual vendrá intempestivamente: en ese momento último, donde el hombre puede pedir perdón y volverse a Dios, es la hora suprema de la misericordia.

Si alguien endureció su corazón de tal manera que ni en la agonía acepta el amor de Dios, con el gran dolor de un Padre que mira a su hijo perdido, dará lo que con la vida de haya elegido.

Acerquémonos a Jesús camino, verdad y vida, y dejemos que el nos conduzca hacia el gozo eterno de su amor.

El P. Alberto Medel es asesor del Colegio de Exorcistas de la Arquidiócesis Primada de México.

P. Alberto Medel

Maestro Normalista. Licenciado en Filosofía y Teología, Mtro. en Teología, Lic. Pontificio en Teología Sacramentaria. Canciller de la Diócesis de Xochimilco, Exorcista miembro de la AIE, Maestro de las Celebraciones Litúrgicas de la Diócesis de Xochimilco. Párroco de “El Padre Nuestro”. Profesor de Teología de la Iniciación Cristiana, de Teología de la Eucaristía, de Teología del Matrimonio, de Semiótica, de Síntesis Teológica y varios Seminarios Teológicos.

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