La ansiedad es una respuesta natural del cuerpo humano a situaciones percibidas como amenazantes. Foto: Especial
La ansiedad se ha convertido en uno de los problemas de salud mental más frecuentes y, al mismo tiempo, una de las cargas más difíciles de poner en manos de Dios. Muchas personas reconocen que, cuando la ansiedad se intensifica, cuesta incluso orar o confiar, pues la mente y el corazón están absorbidos por la preocupación.
La primera Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (2021) del INEGI muestra que el 19.3 % de la población adulta en México presenta síntomas de ansiedad severa, mientras que otro 31.3 % experimenta ansiedad mínima o en algún grado. Estas cifras revelan que más de la mitad de los adultos mexicanos viven con esta condición en distintos niveles, lo que la convierte en una realidad cotidiana que toca también la vida espiritual de los creyentes.
La psicóloga Andrea de Paz Muñiz, especialista en jóvenes adultos y voluntaria en el equipo Pastoral Infantil de la Arquidiócesis de México, explica que “la ansiedad es algo que todos vivimos en algún momento, ya sea de forma leve o intensa. No significa falta de fe, sino un llamado del alma que pide descanso y confianza”.
La psicóloga subraya que para los creyentes la fe puede ser un recurso poderoso para enfrentar la ansiedad, pues ofrece paz, fortaleza y un sentido de vida más profundo. Prácticas como la oración, la lectura de la Palabra de Dios, la adoración y la dirección espiritual ayudan a encontrar un lugar seguro en medio de la tormenta.
Sin embargo, aclara que la fe no elimina la ansiedad de inmediato, y que pensar que es solo “falta de fe” es un error. “A veces se intenta resolver únicamente con oración, sin acompañamiento profesional, y eso puede ser dañino. La ansiedad también tiene causas biológicas, psicológicas y sociales que necesitan atención. La fe se integra, pero no sustituye la ayuda clínica cuando es necesaria”, puntualiza.
Recordó que incluso Jesús experimentó angustia y miedo en Getsemaní, pero los entregó en confianza al Padre. “Esa experiencia muestra que reconocer los propios límites no disminuye la fe, sino que abre la puerta al consuelo de Dios”, apunta.
La Sagrada Escritura contiene numerosas promesas que pueden guiar y ayudar a liberar la ansiedad, por ejemplo, en Filipenses 4,6-7 se lee: “No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”.
En Mateo 11,28-29, Jesús hace una invitación “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas”.
Asimismo, el Salmo 27,1 recuerda que “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Amparo de mi vida es el Señor, ¿ante quién temblaré?”.
Estos y otros pasajes nos recuerdan que Dios ofrece un refugio seguro y una paz que va más allá de nuestras fuerzas.
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Entre los ejercicios espirituales que recomienda, destaca la “caja de Dios”, una práctica sencilla que simboliza entregar a Dios las cargas personales. Consiste en escribir en papelitos las preocupaciones o pensamientos ansiosos y colocarlos dentro de una caja pequeña.
“Cada vez que surge una inquietud, se escribe y se guarda en la caja. Es un acto de confianza: dejar de cargar con todo y entregarlo al Señor. Se puede acompañar con una oración como ‘Señor, pongo en tus manos esto. Haz tu voluntad’”, explica Muñiz.
Con el tiempo, abrir la caja permite ver qué preocupaciones han quedado resueltas y cuáles requieren seguir poniéndose en manos de Dios. También es posible entregar la caja a alguien consagrado o a una comunidad que rece por esas intenciones.
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La especialista concluye que aprender a reconocer lo que se siente, sin juzgarse, es un primer paso hacia la sanación. Cuando las dimensiones biológica, psicológica, social y espiritual se encuentran desequilibradas, conviene buscar apoyo profesional. Integrar ese acompañamiento con la vida de fe permite afrontar la ansiedad sin miedo ni culpa.
“La ansiedad no define a la persona ni mide su fe. Con ayuda humana y divina puede convertirse en un camino de encuentro más profundo con Dios”, finaliza Andrea.
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