Ha iniciado un tiempo fuerte de preparación espiritual, y los católicos nos disponemos a vivir este periodo litúrgico a través de 40 acciones, una por cada día de la Cuaresma 2024, a fin de poder vivir con devoción la Semana Santa y celebrar la Resurrección de Jesús en la Solemnidad de la Pascua.
Para vivir cristianamente este tiempo, hemos preparado el Cuaresmario 2024: un calendario que abarca los 40 días que dura este tiempo litúrgico, en los que podrás encontrar dichas actividades concretas que te ayudarán a vivir este camino penitencial.
Con ayuno y abstinencia, con caridad y especialmente pidiendo a Dios en oración por la salvación del mundo, vivamos esta Cuaresma a través de las 40 acciones que aquí te proponemos:
La Iglesia nos presenta la Cuaresma como un tiempo fuerte, un tiempo penitencial. ¿Qué es la penitencia? Es la expresión de arrepentimiento por nuestros pecados y un medio para reparar en la medida de lo posible las consecuencias de los mismos.
En este sentido, lo primero que hay que señalar es que, con su Pasión, Muerte y Resurrección, nuestro Señor Jesucristo nos redimió y nos salvó del pecado, un regalo totalmente inmerecido que recibimos de Su gran amor.
De manera que, si hemos sido perdonados gratuitamente, lo menos que podemos hacer es tratar de reparar en la medida de lo posible el daño causado por nuestros pecados. A esta reparación la llamamos penitencia, y la vivimos, de manera especial en el tiempo de Cuaresma, bajo las prácticas del ayuno y la abstinencia, la limosna y la oración.
Practicar la caridad en Cuaresma tienen un sentido de comunidad, pues la Iglesia nos pide que entreguemos el fruto del ayuno y la abstinencia a aquellos que no tienen qué comer, y es así como ambas prácticas penitenciales adquieren todo el sentido cristiano.
Pero también podemos hacer estos actos de caridad: sonreír; agradecer; recordar a los demás cuánto los amas; escuchar la historia de otro sin prejuicios y con amor; saludar con alegría; detenerte para ayudar a alguien; levantar los ánimos de otro persona; celebrar las cualidades o éxitos de otro; regalar una de tus pertenencias a alguien que la necesite; ayudar a otro para que descanse; tener buenos detalles con quienes están cerca de ti; limpiar lo que usas en casa; ayudar a los demás a superar obstáculos, y llamar por teléfono a tu seres queridos.
Ayunar significa abstenerse total o parcialmente de algo, y en la práctica cristiana, durante el tiempo de Cuaresma la llevamos a cabo comiendo una sola vez al día y de la forma más austera posible. Por la mañana y por la noche podemos consumir algo muy ligero; es decir, no hacer comidas completas.
El ayuno obliga a personas de entre 18 y 59 años, salvo para quienes padezcan una enfermedad que les impida ayunar. Cabe señalar que, como ya hemos hecho ayuno el Miércoles de Ceniza, la Iglesia también nos pide hacerlo en Viernes Santo.
La abstinencia, por otra parte, obliga a personas de los 14 años en adelante, y consiste en no comer carnes rojas -incluyendo aves-, y al igual que en el caso del ayuno, con esta esta práctica los cristianos afirmamos que el estómago no es nuestro dios, y que la comida no ejerce dominio sobre nosotros, lo cual nos acerca al verdadero Dios por quien se vive, así como a nuestros hermanos cuya condición de pobreza los hace ‘practicar’ ayunos obligados, pues nos permite compartir con ellos los alimentos de los que nos privamos.
A diferencia del ayuno, la abstinencia puede ser sustituida, en caso de necesidad, por una obra se misericordia. La Iglesia nos pide hacer abstinencia el Miércoles de Ceniza, todos los viernes de Cuaresma y también el Viernes Santo.
Pensar que como seres humanos podemos bastarnos a nosotros mismos para obrar con caridad y practicar el bien en todo momento “es una ilusión peligrosa”, como dice el Papa Francisco, por lo cual siempre es necesario orar, ya que la oración nos fortalece y nos hace experimentar el consuelo de la fe en Dios.
La oración, por tanto, requiere de nuestro abandono en las manos del Señor, de renunciar a apoyarnos únicamente en nuestros pensamientos y en nuestras fuerzas humanas, y hacer de Dios nuestra verdadera fortaleza.
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