Con la Apertura de la Puerta Santa este 24 de diciembre en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco dio inicio oficial al Año Santo 2025 en el marco del Jubileo de la Iglesia Católica, a 25 años del jubileo ordinario convocado por el Papa san Juan Pablo II.
Durante la homilía de la misa de Navidad, posterior a la apertura, el pontífice destacó que desde hoy “se abre la puerta santa del corazón de Dios”, y dijo que “Jesús, Dios con nosotros, nace para ti, para mí, para nosotros, para todo hombre y mujer”.
En tal sentido, llamó a contemplar la ternura de Dios y abrazar la esperanza. Pero, advirtió, que esta no es pasiva, y dijo que es incompatible con la pereza y el silencio de quien no alza la voz contra el mal y la injusticia.
La de San Pedro es la primera de cinco puertas, cuatro correspondientes a las basílicas papales y una ubicada en una cárcel. Esta última es un hecho sin precedentes por medio de la cual el pontífice ha querido mostrar su especial cercanía a los privados de libertad.
La apertura estuvo precedida por un momento de oración de treinta minutos. Simultáneamente, unos veinticinco mil fieles abarrotaron la plaza de San Pedro para seguir la ceremonia desde pantallas gigantes.
Según lo esperado, el pontífice pronunció la fórmula: “Haec porta Domini” (Esta es la puerta del Señor), a la que los asistentes respondieron: “Iusti intrabunt in eam” (Por ella entran los justos).
Una vez llevado a cabo el rito de apertura, el primero en cruzar la Puerta Santa fue el Papa Francisco, quien lo hizo en silla de ruedas y permaneció durante algunos instantes en silencio orante. Posteriormente, sonaron las campanas en la Basílica de San Pedro.
Signo de la condición universal de la Iglesia católica, comenzó la entrada solemne de un grupo de fieles, con niños y niñas provenientes de los diversos continentes del mundo.
En busca de la anhelada indulgencia jubilar, junto con cardenales, obispos, religiosos y sacerdotes, cruzaron la puerta fieles de China, Congo, Corea del Sur, Eritrea, Irán, Papúa Nueva Guinea, Samoa, Estados Unidos y Vietnam. Además, acudieron niños de Austria, Egipto, Filipinas, India, México, Nigeria, Samoa, Eslovaquia y Venezuela.
Particularmente solemne, la procesión estuvo acompañada por música y coros que cantaron el himno jubilar, lo que creó un ambiente especialmente conmovedor para dar entrada al corazón de Jesús, quien es “Puerta de Salvación”.
Tras la apertura, el Papa Francisco presidió la misa de Nochebuena. Durante su homilía, recordó que “un ángel del Señor envuelto de luz alumbró la noche y dio el anuncio gozoso a los pastores… una gran alegría: les ha nacido un Salvador que es el Mesías, el Señor”.
Señaló que “Dios se hizo uno de nosotros para hacernos como él. Descendió entre nosotros para elevarnos y llevarnos al abrazo del Padre”, y dijo que esa es nuestra esperanza: “En la pequeñez de un niño la gloria del cielo se asomó a la tierra”.
Destacó que “la esperanza está viva” y “¡no defrauda!”. Abundó que “con la apertura de la Puerta Santa damos inicio a un nuevo jubileo” y “cada uno de nosotros puede entrar en el misterio de este anuncio de gracia”.
“La puerta de la esperanza se ha abierto de par en par al mundo… Dios dice a cada uno: también hay esperanza para ti, hay esperanza para cada uno de nosotros”. Igualmente, subrayó que “Dios perdona todo, Dios perdona siempre”.
No obstante, el Papa advirtió con insistencia en que debemos actuar de forma inmediata: “Para acoger este regalo estamos llamados a ponernos en camino con el asombro de los pastores de Belén… ¡rápidamente!”.
Explicó que esa es la señal para recuperar la esperanza perdida: “Renovarla dentro nuestro. Sembrarla en las desolaciones de nuestro tiempo y de nuestro mundo rápidamente”. En este aspecto, lamentó las “guerras, los niños ametrallados, las bombas”.
Por ello, invitó a “no ralentizar el paso, ir rápidamente, dejándose atraer por la buena noticia. Sin tardar, vayamos a ver al Señor que ha nacido por nosotros. Con el corazón ligero y despierto, dispuesto al encuentro para ser capaces de llevar la esperanza a las situaciones de nuestra vida”.
Destacó que esa es nuestra tarea: “Llevar la esperanza”. Y dejó claro que “la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente”. Es una esperanza que “nos pide que no nos demoremos”.
También llamó a no dejarse llevar por la rutina: “No nos detengamos en la mediocridad y la pereza”. Citando a San Agustín, invitó a cambiar las cosas que no están bien, e instó a ser “peregrinos en busca de la verdad, soñadores incansables que se dejan inquietar por el sueño de Dios”. Un sueño “donde reina la paz y la justicia”.
Agregó que “la esperanza no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien piensa solo en sí mismo. La esperanza es incompatible con la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal, ni contra las injusticias que se cometen sobre la piel de los más pobres”.
Reiteró que este jubileo “es el tiempo de la esperanza” que “nos invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo”.
Llamó a llevar esperanza adonde la vida está herida, “en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan al corazón, en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma, en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia”.
El jubileo, dijo el Santo Padre, “se abre para que a todos les sea dada la esperanza del evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón”. Por último, invitó a volver al pesebre para contemplar “la ternura de Dios” y dijo que la puerta santa del corazón de Dios se abre “para ti, para mí, para nosotros, para todo hombre y mujer”.
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