El Papa Francisco celebró la Santa Misa este segundo domingo de Pascua en la Iglesia del Espíritu Santo en Sassia, Roma, que hace 20 años san Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Ahí el Papa aseguró que la humanidad se enfrenta a un nuevo virus: el del egoísmo indiferente.
Hoy, en esta iglesia que se ha convertido en Santuario de la Misericordia en Roma, dijo “acojamos con confianza este mensaje. Jesús le dijo a santa Faustina: ‘Yo soy el amor y la misericordia misma; no existe miseria que pueda medirse con mi misericordia’.
Y retomando el Evangelio de hoy (Jn 20, 19-31), recordó que el domingo pasado se celebró la “resurrección del Maestro, y hoy asistimos a la resurrección del discípulo”, Tomás, a quien el resto no lograba convencer de la Resurrección de Jesús.
Ante esa incredulidad, Jesús regresó y se puso en medio de los discípulos. “La resurrección del discípulo comenzó en ese momento, en esa misericordia fiel y paciente, en ese descubrimiento de que Dios no se cansa de tendernos la mano para levantarnos de nuestras caídas. Él quiere que lo veamos así, no como un patrón con quien tenemos que ajustar cuentas, sino como nuestro Papá, que nos levanta siempre”.
“Dios sabe que sin misericordia nos quedamos tirados en el suelo, que para caminar necesitamos que vuelvan a ponernos en pie”, agregó.
Por ello, ahora que la humanidad enfrenta el reto de levantarse, que en el mundo se habla sobre una lenta y ardua recuperación de la pandemia de coronavirus COVID-19, el Papa Francisco recordó que “la misericordia no abandona a quien se queda atrás”.
“Con el riesgo que nos azote otro virus, que es el del egoísmo indiferente, el que hace que pensemos que la vida mejorará si nos va bien a cada uno de nosotros, descartando a los pobres e inmolar en el altar del progreso al que se queda atrás. Pero esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos”.
Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad, agregó el Santo Padre.
“Aprovechemos esta prueba como una oportunidad para preparar el mañana de todos. Porque sin una visión de conjunto nadie tendrá futuro”.
En su homilía, el Papa Francisco mencionó a santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia, y recordó uno de los aprendizajes de esta santa:
En una ocasión, Faustina le dijo a Jesús, con satisfacción, que le había ofrecido toda su vida, todo lo que tenía. “Pero la respuesta de Jesús la desconcertó: ‘Hija mía, no me has ofrecido lo que es realmente tuyo’. ¿Qué cosa había retenido para sí aquella santa religiosa? Jesús le dijo amablemente: ‘Hija, dame tu miseria'”.
Por ello, el Santo Padre preguntó en su homilía, ¿le has entregado tu miseria a Dios?
¿Hay algo que todavía guardas?, preguntó el Santo Padre. “Un pecado, un remordimiento del pasado, una herida en el interior, un rencor hacia alguien, una idea sobre una persona determinada… Debemos presentarle esas miserias, nuestras miserias al Señor, Él lo espera para hacernos descubrir su misericordia”.
A la hora del Regina Coeli, en la Fiesta de la Divina Misericordia, el Papa enfatizó que sólo hay una respuesta de los cristianos ante las dificultades, como la que está atravesando la humanidad para recuperarse de la pandemia de coronavirus COVID-19.
“La respuesta de los cristianos en las tempestades de la vida y de la historia sólo puede ser la misericordia: el amor compasivo entre nosotros y hacia todos, especialmente hacia quien sufre, lucha más, está más abandonado… no pietismo, no asistencialismo, sino la compasión, que viene del corazón”.
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