Hace unos meses el Papa Francisco ofreció a varias parejas de novios que llegaron al Vaticano una serie de consejos para un Matrimonio feliz.
La casa se construye juntos, no solos, y construir significa favorecer y ayudar el crecimiento. Queridos novios, ustedes se están preparando para crecer juntos, construir esta casa, vivir juntos para siempre.
No construyan en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como se construye una casa, que sea espacio de afecto, de ayuda, de esperanza, de apoyo.
El miedo al “para siempre” se cura día a día, encomendándose al Señor Jesús en una vida que se convierte en un camino espiritual cotidiano, construido por pasos, pasos pequeños, pasos de crecimiento común, construido con el compromiso de llegar a ser mujeres y hombres maduros en la fe. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos.
En este camino es importante y necesaria la oración, siempre. Él para ella, ella para él, y los dos juntos. Pidan a Jesús que multiplique su amor. En la oración del Padrenuestro decimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Los esposos pueden aprender a rezar también así: “Señor, danos hoy nuestro amor de cada día”, porque el amor cotidiano de los esposos es el pan, el verdadero pan del alma, el que les sostiene para seguir adelante.
Es necesario aprender a preguntar: ¿puedo hacer esto?, ¿te gusta si hacemos así, si tomamos esta iniciativa, si educamos así a los hijos?, ¿quieres que salgamos esta noche? En definitiva, pedir permiso significa saber entrar con cortesía en la vida de los demás. Sí, la cortesía conserva el amor. Y hoy en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante, hay necesidad de mucha más cortesía. Y esto puede comenzar en casa.
Decir “gracias” parece fácil, pero sabemos que no es así. En su relación es importante tener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios, y a los dones de Dios se dice ¡gracias!, siempre se da gracias. Y con esta actitud interior decirse gracias mutuamente, por cada cosa.
En la vida cometemos muchos errores, muchas equivocaciones. Los cometemos todos. He aquí entonces la necesidad de usar esta sencilla palabra: “perdón”. En general, cada uno de nosotros es propenso a acusar al otro y a justificarse a sí mismo. Acusar al otro para no decir “perdón” es un instinto que está en el origen de muchos desastres.
Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir perdón. “Perdona si hoy levanté la voz”; “perdona si pasé sin saludar”; “perdona si llegué tarde”, “si esta semana estuve muy silencioso”, etc. Podemos decir muchos “perdón” al día. También así crece una familia cristiana.
El Matrimonio es una fiesta, una fiesta cristiana, no una fiesta mundana. Lo que sucedió en Caná hace dos mil años, sucede en realidad en cada fiesta de bodas: lo que hará pleno y profundamente auténtico su Matrimonio será la presencia del Señor que se revela y dona su gracia. Es su presencia la que ofrece el “vino bueno”, es Él el secreto de la alegría plena, la que calienta verdaderamente el corazón. Es la presencia de Jesús en esa fiesta. Que sea una hermosa fiesta, pero con Jesús. No con el espíritu del mundo.
El Matrimonio es también un trabajo de todos los días, podría decir un trabajo artesanal, un trabajo de orfebrería, porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a su esposa y la esposa tiene la tarea de hacer más hombre a su marido. Crecer también en humanidad, como hombre y como mujer. Así, los hijos tendrán esta herencia de haber tenido un papá y una mamá que crecieron juntos, haciéndose –el uno al otro– más hombre y más mujer.
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