El 20 de junio de 2022 un narcotraficante de nombre José Noriel Portillo Gil, mejor conocido como ‘El Chueco’, asesinó a sangre fría a los sacerdotes jesuitas Joaquín Mora y Javier Campos y al laico Pedro Palma en la comunidad de Cerocahui, ubicada el municipio de Urique, en lo profundo de la Sierra Tarahumara.
El asesinato causó especial estupor porque los sacerdotes asesinados eran dos hombres bien conocidos, que llevaban muchos años dedicados a la atención pastoral de los habitantes de esa región de las barrancas de Chihuahua.
La presencia de testigos, tanto al exterior como al interior de la parroquia de San Francisco Javier, en Cerocahui, ha permitido a los jesuitas hacer una reconstrucción fidedigna de lo que sucedió aquel día.
En entrevista con Desde la fe, el padre Javier “El Pato” Ávila, quien ha vivido los últimos 48 años en la Sierra Tarahumara, nos narra los últimos minutos de la vida de los 2 sacerdotes jesuitas de Cerocahui.
Pedro Palma era un conocido guía de turistas de la Sierra Tarahumara. Aquel día, el grupo al que acompañaba se hospedaba en dos hoteles de Cerocahui, uno de ellos ubicado en la misma plaza donde se encuentra la iglesia.
Entonces llegó ‘El Chueco’, a quien todos conocían porque era el líder del grupo criminal que dominaba aquella zona de la Tarahumara.
“Llegó alterado, no sé si por droga, pero estaba alterado. Parece ser que Pedro se acercó y comenzó a platicar con él para alejarlo del grupo de turistas que estaba allí”, cuenta el padre Avila.
Mientras hablaban se dirigían hacia la puerta del templo.
“Yo creo -continúa ‘El Pato’- que algo molestó mucho al ‘Chueco’, porque le disparó y él mismo arrastró su cuerpo hasta el altar”.
En ese momento, uno de los hombres que acompañaba al asesino avisó a los sacerdotes de la comunidad que había un cuerpo tirado dentro del templo.
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“Los padres Joaquín y Javier fueron a ver de qué se trataba, y vieron tirado el cuerpo de Pedro, quien había sido asesinado a los pies del altar (…) Joaquín fue el primero que se inclinó inmediatamente al cuerpo para auxiliarlo espiritualmente y ver cómo estaba”.
Sin mediar discusión alguna, ‘El Chueco’ lo levantó y le disparó. Completamente sorprendido, el padre Javier se dirigió al asesino y le preguntó ‘¿Qué pasó?’. En respuesta, el narcotraficante disparó y también lo mató.
Un tercer sacerdote estaba con ellos. Al ver cómo en cuestión de segundo sus dos compañeros habían perdido la vida, se santiguó y entregó su alma a Dios, seguro de que él tendría el mismo final. Pero algo pasó por la cabeza de ‘El Chueco’, que bajó la pistola y comenzó a conversar.
Más tranquilo, el sacerdote llevó al asesino de sus hermanos afuera del templo para conversar con él, en el patio interior de la casa parroquial.
“Este padre no recuerda lo que le dijo ‘El Chueco’, porque por esos días sufría una infección en los oídos, pero además el sonido de los balazos fue tan fuerte que quedó sordo momentáneamente”.
Tras conversar y tranquilizar un poco al asesino, sólo le hizo una petición: “hazme un favor -le dijo-, deja los cuerpos de mis hermanos para darles cristiana sepultura”.
Entonces, ‘El Chueco’ se volvió a alterar, rechazó la petición y ordenó a su gente que se llevaran los cuerpos de los tres asesinados, que finalmente fueron localizados horas después.
Meses más tarde, el 21 de marzo de 2023 fue hallado el cuerpo del ‘Chueco’ en Sinaloa, con un disparo en la cabeza.
La Compañía de Jesús emitió un comunicado en el que lamentó su muerte y aseguró que, de ninguna manera, esto podría considerarse como justicia.
“La justicia no se consigue con balazos -lamenta el padre Ávila-. Lo que queríamos era un juicio justo conforme a derecho, no lo lograron. No lo pudieron hacer, ni lo podrán hacer”.
En tanto, los sacerdotes de la Compañia de Jesús continúa trabajando en la Sierra Tarahumara, haciendo vida el mensaje del Evangelio y siguiendo el ejemplo de sus hermanos Javier y Joaquín, los llamados Mártires de Cerocahui.
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