La vida consagrada es signo y profecía del Reino de Dios que atrae e inspira a los demás miembros de la Iglesia a orientar su vida cristiana. Las comunidades de vida consagrada tienen una presencia muy significativa en la Arquidiócesis de México, no sólo por su número de miembros, sino por su apostolado.
Las religiosas contemplativas oran constantemente por las necesidades del mundo entero; los religiosos participan en aulas de colegios y universidades haciendo presente a Jesús Maestro; además muchos miembros de la vida consagrada atienden a grupos vulnerables, como los enfermos, migrantes y adultos mayores en situación de desamparo.
Ante el resquebrajamiento del cambio de época y la dificultad que trae consigo transmitir los valores de siempre a la generación actual, la vida consagrada es luz de esperanza entre la sociedad tradicional -con los valores que la han sostenido- y la nueva generación -muchas veces inconforme y crítica- que reclama coherencia para apostar la propia vida por grandes ideales.
Los miembros de Institutos de Vida Consagrada con sus carismas, con su espiritualidad y sus apostolados, son una respuesta ante la crisis del mundo actual. ¿Cómo exaltar los valores de la vida consagrada para que sean atractivos a la siguiente generación? Aquí propongo tres espacios de oportunidad:
En primer lugar, dar a conocer sus estilos de vida donde se invite y acompañe a niños y jóvenes a la realización de obras de caridad. De ello hizo gala la Megamisión del mes de octubre, en la que comunidades de vida consagrada compartieron a laicos y organizaciones civiles las actividades que realizan.
En segundo lugar, buscar que se armonicen los apostolados de las comunidades con las diversas tareas y comisiones de la Arquidiócesis de México, pues ambos atienden a las personas en sus distintas etapas de vida y en sus necesidades.
En tercer lugar, de manera creativa y a través de la Pastoral Juvenil Vocacional, dar a conocer el estilo de vida de las comunidades religiosas a las nuevas generaciones, a fin de que los jóvenes puedan descubrir su vocación.
Hay que considerar que cada comunidad religiosa está llamada a colaborar -en medida de lo posible- con la comunidad parroquial, decanal o de zona, bajo la guía de los presbíteros y del Obispo diocesano, y de acuerdo a sus carismas. Así, todos podemos edificar puentes para transmitir a los jóvenes los valores y las convicciones que han surgido en cada consagrado a partir del encuentro con Cristo.
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