Cuando el padre Alberto Anguiano pisó por primera vez las instalaciones de la Universidad Pontificia de México (UPM), nunca imaginó que terminaría haciendo una larga carrera como profesor e investigador, y mucho menos que se convertiría en su rector.
El padre Anguiano ingresó a muy temprana edad al seminario de Monterrey con un objetivo muy claro: “Yo quería ser párroco”.
En específico, quería ser como el padre Santiago Gerardo Cavazos, aquel sacerdote que conoció en su niñez y que marcó su vida para siempre. “Ahí surgió la inquietud y dije ‘yo quiero ser como él’”.
No obstante, desde los primeros años de su formación sacerdotal, el Señor lo fue sorprendiendo y llevando por un camino por el que no se sentía especialmente atraído: la academia.
Al terminar el curso de filosofía, el Seminario de Monterrey acostumbraba enviar a dos alumnos de cada generación a la Ciudad de México, para prepararse en la Universidad Pontificia de México (UPM).
“Para mí fue una verdadera sorpresa el haber sido elegido (…) en aquel momento yo simplemente quise responder a esa propuesta y traté de ser un buen estudiante”.
La experiencia en la UPM fue gratificante. En ese tiempo, estudió el bachillerato y la licenciatura en Teología Dogmática, al tiempo que impartía clases en la institución, aunque siempre con la mira puesta en regresar a su diócesis y ponerse en manos de su obispo para trabajar en una parroquia.
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Pero, una vez más, Dios lo esperaba con otra sorpresa, cuando dos profesores, el padre Ezequiel Castillo y fray Carlos Mendoza lo invitaron a hacer carrera como profesor de la Universidad, lo que incluía una nueva etapa de formación, ahora en Roma.
“Para salir al paso a esta propuesta yo les dije: ‘denme un año, dos años, y después veremos’”.
Ellos aceptaron, respetuosos de su petición, y el padre Alberto volvió a Monterrey; pero al cumplirse el plazo le hicieron la propuesta no a él, sino al entonces Arzobispo de Monterrey, monseñor Adolfo Suárez, quien le pidió que aceptara la invitación.
Volvió a la capital del país, enseñó durante un par de años más en la UPM e hizo maletas para estudiar el Doctorado en Teología Dogmática en la Universidad Gregoriana de Roma.
Entonces, finalmente comprendió que el Señor lo llamaba a vivir su sacerdocio como formador. Pero comprendió también, gracias a sus profesores, que también se es pastor desde la academia y la investigación.
“Enseñar, formar, es realmente un ministerio y es también un aspecto fundamental de la pastoral. A veces se piensa que la pastoral se reduce únicamente al perímetro parroquial, que el que no está en parroquia no es pastor, no ejerce un servicio pastoral, pero yo estoy convencido de que pensar la fe, enseñar, educar, es el principio de la pastoral”.
“La misión de la Iglesia, así como la describe el Evangelio de san Mateo es ir y enseñar a todas las gentes a ser discípulos; y la palabra ‘discípulo’ es muy sugestiva en latín porque viene del verbo latino discere, que es correspondiente a docere. Docere es el que enseña y discere es el que aprende”.
Como sucede en estos casos, la Arquidiócesis de Monterrey y la Universidad Pontificia de México, acordaron que, a su regreso de Roma, el padre Alberto pasaría a formar parte del claustro de profesores durante un período de cinco años.
Cumplido el plazo, el Arzobispo lo llamó de regreso a Nuevo León para trabajar en un par de parroquias y, más tarde, incorporarse como formador y profesor en el Seminario; hasta que monseñor Rogelio Cabrera, como nuevo Arzobispo, le pidió volver a la UPM.
Así, se incorporó al Departamento de Publicaciones de la Universidad y estudió un doctorado en Psicoanálisis en la Universidad Intercontinental, al tiempo que comenzaba a esbozar un proyecto largamente acariciado: la escritura de un manual de antropología teológica.
“Yo pensaba que, al terminar los estudios, iba inmediatamente a comenzar con mi trabajo de investigación, con mi tesis, para titularme. Yo terminé esos estudios apenas en mayo y mi proyecto era ese”.
Debido a la pandemia, el padre Alberto, como muchos otros profesores, volvió e impartió las clases a distancia. Por ello, no estaba enterado del proceso de elección del nuevo rector, que sustituiría al padre Mario Ángel Flores, quien dirigió por nueve años el destino de la Universidad.
Entonces, recibió la llamada del Arzobispo Primado de México, monseñor Carlos Aguiar Retes, quien en su calidad de Gran Canciller le dio la noticia de que el Consejo Superior de la Universidad lo había elegido como nuevo rector. La noticia lo dejó completamente descolocado.
“Yo estaba en Monterrey y la consulta por alguna razón no me llegó, por algún problema de correo. Yo era completamente ajeno al proceso”.
“Cuando recibí la llamada del Gran Canciller, eso sí ya fue sorpresa, totalmente, de tal manera que tuve que pedir oportunidad de pensarlo, porque estaba completamente fuera de mi horizonte”.
El Cardenal le permitió pensarlo y le pidió también consultarlo con quien deseara y poner su decisión en manos de Dios.
“Me cambió radicalmente la vida, no estaba yo preparado para esto. Lo pensamos, lo consultamos, lo oramos, que fue lo que me pidieron, y finalmente acepté”
“Es muy bonito y muy gratificante enseñar” –dice el nuevo rector-, “pero también es una responsabilidad hacernos cargo de la administración de nuestra universidad”.
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Durante 15 años, la Universidad Pontificia de México fue dirigida por rectores provenientes de la Arquidiócesis de México, y el Consejo Superior determinó que era momento de que la elección del nuevo rector, representara el carácter nacional de la universidad.
El padre Alberto está convencido que, desde su refundación en 1982, la Universidad no ha dejado de evolucionar y los nueve años de rectoría del padre Mario Ángel Flores, no son la excepción.
“Ahora que estuve en pláticas con el padre Mario Ángel y todo el equipo que colaboró con él a lo largo de estos nueve años, he podido apreciar mejor el trabajo que se ha hecho”.
No obstante, reconoció, la UPM sigue enfrentando retos, el mayor de ellos lograr la sustentabilidad financiera.
“En cierto modo es lógico, porque somos una universidad que se dedica prácticamente a apoyar el estudio de personas, pero en realidad no tiene recursos (…) no es una Universidad que haya nacido con el propósito de hacer negocio, de lucrar, es más bien una universidad que ha nacido bajo la conciencia de que tenemos que enseñar a enseñar”
“Sin embargo, tenemos que conjuntar esta conciencia con el deber de hacerla autofinanciable, para que nos podamos dedicar con más tranquilidad a este quehacer”.
Ahora, le toca tomar las riendas de la institución en uno de sus momentos más complicados, ya que la pandemia de Covid-19 continúa y las clases presenciales no han podido reanudarse. Pero está convencido de que, con el apoyo de sus compañeros profesores y administrativos, la Universidad saldrá adelante.
“Algunos me daban felicitaciones y otros más prudentes me decían ‘vamos a rezar por ti’, pero creo que en general mis compañeros del claustro, los sacerdotes que aquí enseñan también, el personal administrativo en general, recibieron con gusto la noticia, me han acompañado y me han arropado con su cariño”.
“Tengo que confesar que, al aceptar, una de mis motivaciones para aceptar, es precisamente el hecho de que yo conozco al claustro de profesores y puedo confiar en ellos. Me motivó mucho saber que encuentro en ellos respaldo y apoyo”.
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